En el corazón del ensanche barcelonés, en plena explosión de autoafirmación identitaria, donde no hay finca sin bandera política o futbolística, o casi, un vecino ha colgado en su balcón el emblema amarillo de Cutty Sark. ¿Provocación? ¿Acto de rebeldía? ¿Mensaje subliminal? Quizá, simplemente, el reconocimiento de que no hay patria más amplia, acogedora y eterna que la del güisqui escocés.
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