Este libro es una pequeña joya de no ficción. Lorenza Foschini nos relata la sorprendente historia de Jacques Guérin (un coleccionista al que Jean Genet dedicó Querelle de Brest), obstinado en hacerse con los efectos personales de los escritores. Guérin no se detuvo hasta lograr reunir manuscritos y cartas y mobiliario y prendas de Marcel Proust. Contándonos la historia de este hombre, magnate y perfumista, la autora también nos cuenta historias de Proust, de su hermano Robert, de su cuñada Marthe… Un libro sobre cómo los objetos, para algunas personas, son depositarios de la esencia de sus antiguos (y ya fallecidos) propietarios. Un fragmento con algunos cortes:
Como si un imán lo atrajera hacia el objeto inesperado, siguió al ropavejero hasta el fondo del depósito. ¿Y qué fue lo que vio allí? Ennegrecido, oxidado, todavía cubierto por su tela de satén azul, estaba el lecho de latón del escritor, cubierto de polvo. Aquella era la cama donde Proust había dormido desde los dieciséis años; la cama donde había escrito durante cientos de noches insomnes su obra maestra; la cama donde había fallecido el 18 de noviembre de 1922; la cama sobre la que, en palabras de Walter Benjamin, “yacía destrozado por la nostalgia de un mundo cambiado”.
[…]
Guérin estaba tan perturbado por la emoción que notó cómo las lágrimas comenzaban a aflorar de sus ojos. Sentía que el destino había recompensado, con creces, su obstinación.
El arreglo se hizo sin más tardanza. Todo fue llevado a la rue Breton, y en una habitación del apartamento se reconstruyó el cuarto de Proust, con el escritorio, la biblioteca, la cama, sus pequeñas cosas íntimas tal como él las habría dejado.
[…]
Cuando los contemplaba así dispuestos, como los había colocado con la intención de reconstruir de modo minucioso sus vidas en la rue Hamelin, le parecía que aquellos objetos “flotaban” en un espacio fuera del tiempo.
[Impedimenta. Traducción de Hugo Beccacece]
Como si un imán lo atrajera hacia el objeto inesperado, siguió al ropavejero hasta el fondo del depósito. ¿Y qué fue lo que vio allí? Ennegrecido, oxidado, todavía cubierto por su tela de satén azul, estaba el lecho de latón del escritor, cubierto de polvo. Aquella era la cama donde Proust había dormido desde los dieciséis años; la cama donde había escrito durante cientos de noches insomnes su obra maestra; la cama donde había fallecido el 18 de noviembre de 1922; la cama sobre la que, en palabras de Walter Benjamin, “yacía destrozado por la nostalgia de un mundo cambiado”.
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Guérin estaba tan perturbado por la emoción que notó cómo las lágrimas comenzaban a aflorar de sus ojos. Sentía que el destino había recompensado, con creces, su obstinación.
El arreglo se hizo sin más tardanza. Todo fue llevado a la rue Breton, y en una habitación del apartamento se reconstruyó el cuarto de Proust, con el escritorio, la biblioteca, la cama, sus pequeñas cosas íntimas tal como él las habría dejado.
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Cuando los contemplaba así dispuestos, como los había colocado con la intención de reconstruir de modo minucioso sus vidas en la rue Hamelin, le parecía que aquellos objetos “flotaban” en un espacio fuera del tiempo.
[Impedimenta. Traducción de Hugo Beccacece]