Aquel 26 de septiembre de 1835 la expectación era máxima en el Teatro de San Carlos, en la ciudad de Nápoles.
Y no porque Donizetti fuera a estrenar su última ópera, Lucia di Lammemor, que en cualquier otra ocasión hubiera colmado los pozos de rumores.
El paroxismo alcanzó a lo más selecto de aquella sociedad meridional, cuando las seis gallinas ocuparon su lugar en el palco de honor.
Sus miradas altivas e indiferentes hacían presagiar un cambio de cetro.
Como así sucedió.