Vivo en lo invisible, de Ray Bradbury



HE SUFRIDO BASTANTE HASTA LLEGAR AQUÍ

He sufrido bastante hasta llegar finalmente aquí
aunque no he estado ni enfermo ni loco
ni hecho trizas.
Y sin embargo, siento que sí.
Hay algo en mí: las paredes de mis células son finas,
mis venas son cristal, mi corazón es el mero capricho
de un latido, una pausa y un latido;
me adjudico las muertes en la calle. No me gustaría que pasara eso.
Sé mucho más de lo que quiero saber.
Los titulares en el desayuno me hablan de un conflicto armado,
sé que hay gente muriendo ahí fuera; dejo la cuchara.
Los hombres aterrizan en la luna esta noche; entiendo su alegría,
el chico que hay en mí les acompaña mientras trazan
allí arriba, muy lejos, un mundo inalcanzable sobre el polvo;
enseñan a mi cansada sangre a amar de nuevo.
Esta noche lloverá en la capital de Perú,
me lavo la cara en ella. En Indochina, una masacre más,
corro en ella y pierdo.
¿Lo ves?
No puedo elegir estar o no estar.
Luz, oscuridad, alto, bajo o en medio,
he sido lo que el mundo era esta mañana;
cuando las cosas nacen yo renazco;
cuanto todas las cosas regaladas se pierden,
termino mi jornada desolado, sin control.
Mi única tarea es apuntarlo todo
antes de que esas malditas cosas me ahoguen
de alegría
o me metan en una caja para esa larga noche
que no tiene final.
A más edad peor temperamento,
me siento utilizado por los dioses estando aquí tirado
para encarnar un miedo y, al segundo, interpretar alivios.
Sus creencias son las mías, pero ¿cuáles son exactamente?
Cambiarse sus malditas togas una vez cada luna
y bailar sin sus trajes al mediodía en Green Town.
Su carne es invisible, pero veo
sus tragedias y logros
mientras persisto libre y abierto a sus días
para ser la esclusa o chimenea de todos sus designios.
Nacido para que me derriben y me rompan, me reparen después,
si no es por eso, ¿por qué me enviarían?
Alabad a los dioses por hacerme tan frágil.
Después, sentaos con vino:
Os contaré una historia:
 
¿Qué significa el pedo de una pulga?
Que cuando los mendigos mueren no se ven cometas.


**

SI TE LLEVAS TUS PROPIAS RUINAS

Si te llevas tus propias ruinas,
te pierdes la belleza; el sol se vuelve ciego,
tu frío hotel se trueca en una catacumba,
el cielo se convierte en un infierno.
Atención: los terremotos e inundaciones
que el tiempo esconde rápido en el caudal sanguíneo de un turista,
son sacados a rastras de esos hogares ocultos
cuando contemplan Roma, perdida entre sus ruinas.
Piensa en tu sangre mustia, ten cuidado,
allí descansan esparcidos los ladrillos y huesos romanos.
En cada cromosoma, en cada gen
reside cuanto fue o podría haber sido.
Los tronos y las tumbas
se agostan arrojados a tus huesos.
El tiempo zarandea la vida que allí crece
y ese futuro tuyo que conoce tan bien la oscuridad.
No te lleves contigo tus ruinas interiores; lo sensato
es que los hombres tristes se queden en sus casas.
Si tu melancolía se presenta
en donde todo ha desaparecido, aumentará tu pérdida
y la oscuridad que la acompaña
se estremecerá... Por tanto, viaja con alegría.
Y si no, consuma entre las ruinas esa muerte
tanto tiempo anhelada:
las ciudades ardientes de tu sangre
retumbarán, y se desprenderán de lo sano y lo bueno;
de modo que después, con tu mirada en ruinas,
contemplarás una Roma ruinosa y olvidada. ¿Y qué hay de ti?
Resquebrajada estatua reparada por la luz del mediodía,
pero carcomida por el alma de la medianoche.
No viajes demasiado
si tu sangre carece de rayos solares;
el viaje cuesta el doble
cuando el Imperio y tú ya habéis caído.
Cada vez que tu mente sea una catacumba inundada por una tormenta
y todo en Roma te parezca una piedra de cementerio...
turista, no viajes.
Quédate en casa.
¡Quédate en casa!

**
.
Del prólogo de Ariadna G. García y Ruth Guajardo González:

Hay autores que escriben con un ojo en el mercado y con la oreja pegada a cuanto esté de moda, que escriben libros sin alma. Frente a éstos, los hay que se conocen, que ya saben cuál es su identidad literaria, qué temas les preocupan y obsesionan, aquellos incendios o fuegos diminutos de los que luego hablarán con pasión, en mareas de palabras que arrastrarán con ellos a los lectores. Imposible escapar de la resaca cuando el oleaje emerge del fondo de uno mismo, con la fuerza de la sinceridad, y las aguas transportan el amor, la furia y el miedo que asolan las entrañas de quien escribe. Ese ímpetu arrastra, voltea, hunde e inunda a los hombres y mujeres que se asoman, en busca de emociones, a las playas de los verdaderos escritores. Allí siempre encontramos una bandera roja señalando el peligro de inmersión en las altas mareas de la vida. Nadie escapa a un libro si te empuja, con vigor animal, a la arena submarina, donde lidia el autor con la muerte, con el paso del tiempo, la vejez, la memoria o la injusticia. Pocos son los escritores que se llenan las manos de sangre, que levantan polvo a cientos de kilómetros bajo el nivel del mar.
 
[…]
La poesía tiene propiedades curativas, ahonda en las heridas por las que sangramos todos, para después sellarlas.

**
[Salto de Página. Traducción de Ariadna G. García y Ruth Guajardo González]

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