Hace unos meses recomendamos una película española (sí, en serio), El Mundo es Nuestro, que fue descrita, muy acertadamente, por nuestra amiga bloguera maraminiver como "Tarde de Perros a la andaluza". Así que hoy, pese a que esta obra maestra de Sidney Lumet es muy (re) conocida y no necesita que un gusano como yo la recomiende oooooooootra vez.., ¡voy a recomendarla oooooooootra vez! por si todavía hay por ahí algún despistado que no la ha visto.
Quiero confesarles que una vez yo padecí el Síndrome de Estocolmo. Fue hace muchos años cuando vi por primera vez Tarde de Perros...
Sonny (Al Pacino) y Sal (John Cazale) son dos perdedores que tienen la genial idea de atracar un banco de Brooklyn. Pero lo que estaba planificado como una intervención rápida acaba convirtiéndose en un follón de padre y muy señor mío durante varias horas. La cosa se complica debido a la contundente intervención de la policía que llama la atención de multitud de viandantes que llaman la atención de multitud de medios informativos que llaman la atención de una multitud, todavía mayor, de espectadores. Todos ellos terminarán por convertir lo que comienza con espíritu de atraco express en un circo en el que media ciudad de NY participará como público. Los promotores de la película lo resumieron así: "250 policías, 8 rehenes y 2.000 espectadores nunca olvidarán lo que sucedió".
Pero Sonny cree encontrar una salida a su complicada situación en la fuerza de negociación que le dan sus ocho rehenes, así que, muy optimista, propone al negociador de la policía un sencillo trato: quiere un helicóptero que les lleve hasta un reactor que les traslade fuera del país...
Tarde de Perros se sostiene sobre tres patas fundamentales: Protagonista 1 + Protagonista 2 + Guión.
Al Pacino y John Cazale habían coincidido en El Padrino (1972) en los papeles de Michael y Fredo Corleone respectivamente. Por su parte, Pacino ya había estado a las órdenes de Lumet en Serpico (1973) y este triángulo estelar volvió a generar la química necesaria para parir otra obra clave de la cinematografía norteamericana de los años 70.
Es cuasi milagroso que Pacino recreara sobriamente (sin los excesos a los que es tan propenso) el personaje del desdichado Sonny. Afortunadamente, Pacino venía con la lección aprendida de su experiencia con Coppola quien se había esforzado en contener sus incontenibles tics. John Cazale volvió a bordar, de nuevo, su actuación de ese arquetipo al que su enclenque físico le condicionaba; un personaje frágil e inseguro con el que fácilmente simpatiza el espectador. Y Lumet los dirigió maravillosamente bien gracias, en gran parte, al perfecto guión, repleto de sensacionales diálogos, de Frank Pierson, merecidísimo ganador del Oscar ese año.
Aunque es de justicia recordar que todos los actores, muy imbuidos del espíritu interpretativo setentero, improvisaron, durante el rodaje, muchas líneas de esos diálogos y también algunas situaciones. Cuenta la leyenda que la célebre conversación telefónica de Sonny con su amante es completamente improvisada.
¿El resultado?. Es imposible no empatizar con estos dos parias que se ganarán el apoyo del público y la complicidad de algunos rehenes, gracias a algunos gestos de improvisada propaganda demagógica como sus míticos gritos de "Attica!, Attica!" con los que consiguen rodearse de un áurea de justicia robinwoodiana.
Reconozcámoslo: es fácil estocolmorizarse ante una pareja de atracadores con apariencia de ser incapaces de matar una mosca que no pueden disimular todo el patetismo inherente al hecho de entrar a robar un banco sin un plan elaborado.
Insisto, Tarde de Perros tiene uno de los mejores guiones de la Historia del Cine, está rodada con un ritmo narrativo impecable, contiene momentos muy divertidos, otros muy dramáticos (e incluso melodramáticos) y algunos trágicos. Todo ello barnizado con unas pinceladas de denuncia social: las imágenes del comienzo dejan clara la posición de los autores ante las desigualdades entre ricos y pobres que no comparten fortuna pero si comparten convivencia en una gran ciudad como NY en la que unas pocas manzanas separan la miseria de la opulencia.
Lumet y Pierson dirigen, además, su dedo acusador hacia los medios de información y lanzan su particular Je accusse contra su perversa propensión a convertirlo todo en un show obsceno e hipócrita: que se mate a quien sea pero, por favor, que no se escuchen palabras mal sonantes en antena.
¿La bonda sonora de la película?, no aporta mucho. ¿Por qué?, porque no existe. Tras una horripilante canción de Elton John en los créditos iniciales, no vuelve a oírse una nota musical durante el resto de las dos horas que dura la historia. Recuerden que fue en la década de los 70 cuando comenzó a ponerse de moda lo de susituir los scores originales por canciones populares (era más barato y a la gente parecía gustarle incluso más, o sea, esto tampoco lo ha inventado Tarantino).
No se pierdan Tarde de Perros, una de las mejores películas de los años 70, una década del cine norteamericano gloriosa. La mejor en lo que a equilibrio entre comercialidad, calidad y compromiso social se refiere. Una década llena de italoamericanos en la que las estridentes bandas sonoras de Alfred Newman eran cosa del pasado y el espectador podía disfrutar de las imágenes sin sufrir el acoso de orquestas berlozianas (incluso John Williams se moderaba en aquellos días).
Éste es uno de mis diálogos favoritos de toda la Historia del Cine: