AIR PREDICTOR

A la hora de legislar, alguien parece olvidar que es un derecho consagrado por la Constitución la preeminencia de los derechos fundamentales de la mujer sobre la integridad del feto. También se soslaya que el feto no es persona; de hecho, no se es persona hasta que se nace, según la legislación civil. Tampoco parecen darse por aludidos sobre las consecuencias de que un feto malformado nazca contra la voluntad, los derechos y el bienestar de la madre. Solo hace falta revisar los desgarradores testimonios de las familias, a los que podríamos sumar la paupérrima situación económica de los servicios sociales, y los tres mil casos anuales que se detectan de fetos con patologías. Al final se trata de la imposición de la respetable creencia de una minoría sobre la mayoría vía penal. No lo acabo de ver. Quienes sí lo van a ver de una manera diáfana van a ser los dueños de determinadas compañías aéreas, que aumentarán su facturación a costa de la desgracia española, y que linces como son, terminarán por crear paquetes con todo incluido para ir a abortar a los destinos más económicos. Imagínense el chollo, hasta la despenalización en 1985, treinta mil españolas viajaban a Londres o Ámsterdam, exactamente el mismo número que pesetas costaba la operación, a la que se añadiría el billete. El viejo cuento titulado “oferta y demanda“, aliñado ahora con unas pizcas de desigualdad e injusticia, ya que quienes no tengan dinero ni para eso, recurrirán a inseguros abortos clandestinos o a medicamentos de nebulosos resultados. Este lavado a la piedra de la ley no busca más que culpabilizar de nuevo a una mujer, que debería poder tomar sus decisiones al margen de cualquier entramado de intereses o ideologías. Asimismo nos alejaría de la normalidad europea, donde predominan las leyes de plazos. Personalmente creo que intentar volver a un medroso pasado en el que la interrupción del embarazo estaba catalogada no ya solo como delito -se penaba con seis años de cárcel-, sino como un pasaporte seguro a las calderas de Pedro Botero, resulta sonrojante, hipócrita e involutivo. Inadmisible en todo caso. La estabilidad de una sociedad, especialmente la española, siempre ha sido lábil, así que tengamos la fiesta en paz. 

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