En un mundo que ha muerto hace rato y sin embargo, aún cree oler
a geranios, a manos salpicadas de esperma luego de intentar limpiar las manchas sobre el vestido floreado,
a vasos de vino tinto rotos sobre el mantel blanco -ése aroma alcoholizado fijo en la tela-
o a cabellos revueltos cubiertos de polvo luego de caerse
violentamente del caballo.
Cierro los párpados y rezo por el descanso de esos cuerpos amantes sin haberse amado,
enterrados en un cementerio de
Barcelona quizás,
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