Un bar restaurante gallego, en uno de los muchos chaflanes del Eixample, acostumbrado hasta hace poco a servir desayunos y comidas sin parar, ahora medio vacío y resistiendo como puede a las ofertas chinas de traspaso. Esta mañana, sólo tres de sus treinta mesas están ocupadas. Junto al ventanal, dos ancianas se entretienen con un café con leche y tostadas con mermelada; en la esquina más alejada del local, una mesa con un grupo de jubilados, dispuestos a iniciar su debate diario tras la dosis nocturna de tertulias futbolísticas televisivas. El reloj Caso colgado sobre la barra marca las 10.15 horas de la mañana y entra un nuevo jubilado que se dirige a la mesa con la parsimonia de aquellos que intentan que el tiempo transcurra lo más lento posible.
La conversación de la mesa de las de mujeres:
- Mari, ¿por qué los hombres cuando andan llevan las manos detrás de su espalda?
-Les enseñan así de pequeñitos…
-Ahh.
-Nosotras como llevamos bolsos no tenemos ese problema, pero los hombres no saben donde meter las manos…
-Ahh.
En las otra esquina, la de los hombres, minutos después:
-Pero tú, ¿por qué quieres un coche? Si salen más caro que tener una querida
-Sí, pero las mujeres son más mal nacidas. Un coche no te mete en problemas.
-Hombre, en eso tienes razón, pero comprarse un coche para luego sólo ir a entierros y funerales, ya dirás…
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