Eva Reguera |
Javier Egea
Teresa
Ha llegado tu voz entre la fruta.
Fresco, joven, abierto, repentino,
ha llegado tu nombre
a este lugar que dicen de los locos
como un fruto temprano.
Yo conservo en mis labios el jugo de sus sílabas,
el sonido redondo de su anillo,
la dimensión madura de su canto.
He contado sus gajos uno a uno
por ver si fuera el mismo que anduve persiguiendo
desde una tarde azul (Jardines, 25)
hasta el útero verde del Valle de Lecrín.
Y es éste que se ofrece, aquí sobre la mesa,
desnudando en el plato
una presencia rubia de mujer en reposo,
de planeta cansado, de diván florecido.
La chimenea está. Los leños aún calientan.
Un sol tibio persiste en su ventana.
Está todo el amor encima de la mesa.
Viene este fruto hermoso
con un beso profundo, largo y fuerte,
una camisa rosa,
el abrazo primero y unas sábanas frías.
También lleva un lunar
por la margen derecha del río de su cara.
Y aquí queda conmigo para siempre,
enfermero perenne de la noche y el frío.
Aquí cante por entre los quirófanos,
sobre los algodones y las gasas sonría,
afile las agujas y aliente los termómetros,
tome el pulso al dolor cada mañana.
Al hospital llegaron, Teresa, a recordarme
madrugadas de vino y sombras de tu pecho,
las naranjas de marzo.
a este lugar que dicen de los locos
como un fruto temprano.
Yo conservo en mis labios el jugo de sus sílabas,
el sonido redondo de su anillo,
la dimensión madura de su canto.
He contado sus gajos uno a uno
por ver si fuera el mismo que anduve persiguiendo
desde una tarde azul (Jardines, 25)
hasta el útero verde del Valle de Lecrín.
Y es éste que se ofrece, aquí sobre la mesa,
desnudando en el plato
una presencia rubia de mujer en reposo,
de planeta cansado, de diván florecido.
La chimenea está. Los leños aún calientan.
Un sol tibio persiste en su ventana.
Está todo el amor encima de la mesa.
Viene este fruto hermoso
con un beso profundo, largo y fuerte,
una camisa rosa,
el abrazo primero y unas sábanas frías.
También lleva un lunar
por la margen derecha del río de su cara.
Y aquí queda conmigo para siempre,
enfermero perenne de la noche y el frío.
Aquí cante por entre los quirófanos,
sobre los algodones y las gasas sonría,
afile las agujas y aliente los termómetros,
tome el pulso al dolor cada mañana.
Al hospital llegaron, Teresa, a recordarme
madrugadas de vino y sombras de tu pecho,
las naranjas de marzo.
Grandes Obras de
El Toro de Barro
2ª Edición. PVP 10 euros edicioneseltorodebarro@yahoo.es |
En todo lugar
hay un precipicio para los valientes
y una sombra para los exhaustos
y un manantial volcando su frialdad.
En todo amanecer
hay rocío para los temblorosos
y luz para los amantes
y frías piedras y salvajes pastos.
En todo anochecer
hay sosiego para los tempestuosos
y liviandad para los solitarios
y una roca para los que yacen al final del camino.