Antes pensaba que el sentimiento de ausencia del otro sólo podía ser mutuo, y me consolaba creer que, si yo echaba de menos a alguien, ese alguien, fuera quien fuera, al mismo tiempo me estaría echando de menos a mí, acordándose de los momentos compartidos. Ahora ya sé que no es verdad: el sentimiento de ausencia no es recíproco. Cuando dos personas se separan, el camino se bifurca y se multiplica: uno por dos.
Hay algo cuántico en el final de una historia de amor.
Estos últimos días de la excedencia hace más sol, e intuyo que me enamoraré porque, al menos en mi caso, el enamoramiento llega como una indigestión o una pulmonía mortal; hay avisos previos: un malestar intestinal apenas perceptible o un catarro que se cura mal y termina apoderándose del enfermo.
Ayer, después de dos años, me crucé con M y sólo me di cuenta al reconocer su voz, porque él iba hablando por teléfono y pasó muy cerca de mí, en el tramo de Augusto Figueroa que une Hortaleza con Fuencarral. Eran las dos y cuarto de la tarde de un lunes y yo había quedado para comer, tenía prisa y, aunque bajita, llevaba en el iPod la música que escucho cuando escribo sobre el doctor Jeremías Prun... pero la voz de M, que no es nada del otro mundo, se impuso al sonido ambiente con la fuerza de un viaje en el tiempo.
No le llamé. De hecho, estoy segura de que él sí que me vio pero no quiso detenerse. Más tarde se lo conté a Cris, y a mi madre cuando hablamos por la noche. Hoy también se lo he contado a Raquel y a Reca; y me he dado cuenta de que ellos tienen razón al decirme que es un síntoma de buena salud mental ese “pasar de largo”, con una inesperada indiferencia, ante alguien que representa en una vida relativamente corta tan elevado porcentaje de dolor.
Se impone el instinto de supervivencia.
Como única huella, sólo queda la evidencia del cambio de rumbo, provocado por la certeza de que esa historia también se había terminado, que me condujo a otras historias y me ha traído hasta aquí.
Leo los "Relámpagos" de Carmen Moreno, poemas pequeños que son como chupitos de tequila, porque su tamaño engaña e invita a consumir uno detrás de otro, sin pensar en el efecto inmediato de ese exceso de verdad en el corazón; e imagino a mi amiga escribiendo esos versos. Confirmo que nos hemos perdido veces innumerables en los mismos bosques, que somos portadoras de un virus parecido, no sé si saludable o no: el que aviva la necesidad de mantener con respiración asistida todas las derrotas, sin por ello renunciar al fuego que está por venir.
Hay que ser cadáver sin dejar de ser infierno.
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