a Nuria D. Valero, tan bella y tan Quijana
Tú te bates, amor, en la mitad de un lluvioso páramo de abrojos de paz, sin guantes vas zarandeando a la tormenta que cala el túetano del hombre sin poder tocarse, y ese relámpago del que así desnuda tiras fuerte como una soga de refulgente voz atada a la desnuda Verdad acaso sea tan sólo esa cortina que opaque vestida de luz blanca la estruendosa voz de un Dios oscuro. Pero no desistas, desnuda no desistas, mi niña, y así ya esos molinos del páramo revelen de tus punzadas y golpes en sus fríos y cinéreos muros cien rojizas y cálidas equimosis de gigante Briareo. Que así sudada y agotada tirando estocadas a los vientos vas sin saberlo abriendo heridas de sencillo aire limpio en la mitad de esta distinguida niebla de metano y argón, que vas sin saberlo hiriendo de tiempo al infinito mientras lloras errar su perenne corazón de acero. Y mientras lloras y caes de bruces y luego te yergues para llorar y caer de nuevo, ese invencible enemigo incorpóreo que es la vida va conmovido creyendo poco a poco en tu cruzada y así se muestra confiado a la vista de todas estas ciegas y envainadas espadas que en el cinto de los cobardes ya pugnan por salir y romper de tímidos himnos acerados el silencio.