Y ella dice -se dice-: te daré mi aliento. Y el cuerpo empaña a su creadora, el aliento la toca y nace, nace gimiendo cuando su otra mano toca, nace ciega y jadeante hasta la humedad que empapa su entrepierna y el vidrio que la separa de la verdadera existencia. Ella nace y se sabe reflejo.
Javier Noya
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