El verano y la infancia forman una combinación explosiva. Si en Tomboy asistíamos al descubrimiento de la realidad sexual de una niña marimacho, en Boy la cosa se simplifica, lo mismo que el título: el protagonista (Boy) descubre la realidad. A secas. Vaya trago.
Existen dos cuestiones que atormentan a la Humanidad.
La primera es, ¿qué película neozelandesa es el estreno más taquillero de la historia de Nueva Zelanda?. A ver si lo adivinan...
Un poquito de sabiduría popular de cosecha propia: las personas son como las frutas; cada una madura cuando le toca. No sé si existe un criterio científico para establecer la edad a la que lo hace el ser humano pero, en la práctica, la gente (sobre todo la gente pobre) madura cuando tiene una necesidad que no puede satisfacer con sus recursos y tiene que buscarse la vida para conseguir más recursos. Algunos lo hacen a los diez años, otros a los treinta (éstos son los de la sopa boba de los papis con sus tupperwares) y otros nunca (bien porque están forrados, bien porque no tienen ninguna necesidad).
Volvamos a la película: Nueva Zelanda, año 1984 pero sin distopías orwellianas a la vista.
E.T. y Michael Jackson son los reyes del cotarro.
Boy es un niño de 11 años, pobre y maorí, que vive en una granja cerca de un pueblecito de la costa. Su madre murió y su padre está en la cárcel. Vive con su abuela, con su hermano menor y con unos primos que son todavía más menores. Ya se pueden imaginar que Boy es un niño al que la Vida le está haciendo madurar a marchas forzadas. Pero no hay alma sensible que no guarde un rinconcito para la fantasía y el rinconcito de Boy está lleno de fantasías protagonizadas por un héroe: su ausente padre.
La imagen que Boy tiene de su padre no es sino un reflejo idealizado de un recuerdo lejano con el que su imaginación distorsiona su realidad. Mejorándola, claro, porque los niños no son tan idiotas como esos adultos que se ponen a imaginar realidades alternativas para acabar pariendo distopías desesperanzadoras.
Llega el verano y terminan las clases. Como cantaban Los Ronaldos, los días son todos iguales cuando es verano pero un suceso extraordinario hará añicos la monotonía. Una banda de descerebraros moteros (sin moto) formada por tres rebeldes sin causa llega al pueblo. Su líder es el papá de Boy. La fantasía se ha hecho realidad. Pero el papá de Boy vive en las antípodas de la madurez de su hijo...
Boy es una tragicomedia en la que la tragedia reside en el alma de una película que es formalmente una comedia perteneciente al subgénero de "la vida vista por los ojos de los niños". Inocencias interrumpidas pero con una predisposición innata al optimismo. Como tiene que ser.
El protagonista adulto, el escritor y director de Boy, Taika Waititi, consigue vitalizar la narración con el empleo de una fotografía colorista amortiguando, así, el impacto de la sordidez de algunos de los ambientes de la infancia de Boy que fueron los de la infancia del realizador.
Durante los créditos finales de Boy suena un temazo de un grupo neozelandés llamado The Phoenix Foundation. La canción es Flock of Hearts y posee un espíritu sonoro equivalente al espíritu visual y al mensaje de la película: es alegre y triste al mismo tiempo. Una canción maravillosa.
Ah, sí, la segunda cuestión que atormenta a la Humanidad es ¿qué canción fue n. 1 de las listas musicales neozelandesas en 1984?. Respuesta: ésta.