Asombro. Incredulidad. Fascinación. Son algunos de los seísmos emocionales que me sacudían a medida que pasaba las páginas de “El enigma del regreso“, del haitiano residente en Montreal, Dany Laferrière. Una novela autobiográfica escrita en verso libre que cuenta el retorno a Puerto Príncipe de un trasterrado, para comunicarle a su madre la muerte del progenitor en Nueva York. A partir de la anécdota, el milagro. Un texto introspectivo atento a los colores, olores y sabores de una isla casi africana, desbordante de mitos y miseria, de sensualidad y violencia. La problemática que representa el viaje a la semilla, la revisión de las huellas dejadas treinta años atrás. El protagonista de la novela pugna por reconocerse en un espejo vital cuya lámina ha quedado ensuciada por los años y la experiencia, y en la que solo puede vislumbrar “…dioses perversos y bromistas que hacen muecas en la oscuridad…”. Una sabia mezcla de historia, pedagogía, costumbrismo, emotividad, psicología, que recibió el premio Médicis en Francia, y cuyas iluminaciones brillan como gotas de oro cada ciertas páginas: ”Nada peor que una esperanza traicionada”, “¿Durante cuánto tiempo un tabú podrá plantarle cara a una necesidad?”, “el tiempo de ese animal no es mi tiempo, y el de la piedra no es el del animal”. El protagonista recorre las carreteras polvorientas de Haití sin más protección que la sangre que corre por sus venas, buscando resolver la incógnita de una patria que ya no comprende. Un país en el que la muerte puede llegar en cualquier momento, y precisamente su velocidad es lo que hace que dudes de su existencia. Un lugar donde la noche está más estrellada que en cualquier otro lugar, y que por ello también es más negra. Un terruño en el que a menudo se confunde la víctima con el verdugo. Dany Lafèrriere ha escrito un canto clásico que puede recitarse como los antiguos aedos, con los ojos cerrados, atendiendo solo a la melodía que se desliza entre los labios, provocando que algún joven lector empiece a reflexionar demasiado pronto antes sobre la vida. No se muere uno mientras hay movimiento, escribe Laferriere. Tengo esa esperanza.