Quizá sea por los efectos de esta primavera que se resiste a explotar, como si fuera el anticipo de un invierno eterno, o tal vez porque la melatonina se ha convertido en simple un placebo ante la mierda que nos rodea y emerge a borbotones: hortera, extremista y vocinglera, obligándole a uno a realizar ejercicios de escapismo psicodélico por simple supervivencia, en los últimos días me he topado con diferentes señales de la existencia de una Barcelona subterránea, desconocida, marciana. Pocas noches atrás, de regreso a casa después de unas cuantas horas tecleando sobre el político de turno, mientras esperaba la llegada del autobús, me fijé en un pequeño papelito pegado con celo en el anuncio luminoso de la parada de Diagonal, que ese día promocionaba bikinis de H&M. Poca cosa, ni medio folio con texto impreso en ordenador, fotocopiado después con papel barato y que estaba encabezado por un enigmático llamamiento: “Para mayores de 40 años con el espíritu joven”.
Ese grito dirigido a un segmento generacional tan amplio como inquietante, sobre todo para alguien como yo que ve acercarse sin freno el plan de pensiones de La Caixa, consiguió que dedicara las últimas energías de la jornada a aquel anuncio, olvidando incluso a las exhaustas trabajadores de El Corte Inglés, tan bellas, dignas, y aristocráticas a su manera, mujeres con las que comparto cotidianamente el silencio nocturno de los derrotados. No me equivoqué, lo mejor de esa extraña nota estaba aún por llegar.
El texto continuaba con un tono aún más animoso, casi jovial: “Nos vamos ‘a la playa’ los lunes, miércoles, viernes y sábados a las 11.30H ¿Te apuntas? Si te gusta el sol y la playa pero te da pereza ir solo/a, esto es para ti. Disfruta del mar y haz amigos. Telf: 65.353.23.75”.
Durante todo el trayecto en autobús, rodeado de las bellas dependientas sumergidas en las profundidades de sus smartphones, no pude olvidar el anuncio: esa referencia a la pereza como principal obstáculo para una jornada de playa; el erotismo implícito recogido en la invitación a “disfrutar del mar y hacer amigos”; el animoso y juvenil grito “nos vamos a la playa”, herencia generacional del viejo Chanquete y su verano azul… Y lo que me parecía más raro: la exclusión sir argumentos de los martes, los jueves y los ¡domingos! de la celebración de esos encuentros “de amigos”.
Con el malhumor del insomne y el gusto a café negro, por la mañana decidí llamar al número de teléfono que cerraba el anuncio con el fin de descubrir quién estaba y con qué intención detrás de todo aquello. Quería hacerlo desde una cabina telefónica y no dejar rastro de mi celular. Salí a la calle con esta intención, pobre ingenuo. Después de una hora andando por el ensanche, lo único que constaté fue la práctica desaparición de las cabinas telefónicas de las calles de Barcelona, una especie en inminente peligro de extinción, a la que le siguen los quioscos de prensa. Sólo me topé con algunas cabinas rotas, inutilizadas a golpes y repletas de pintadas con leyendas del estilo “Telefónica, hijos de puta” y “bancos ladrones”. Pero en la plaza Letamendi, al fin pude realizar la llamada al número de móvil del anuncio. Cinco tonos y respondió una voz de mujer enlatada que decía hablar en nombre de una célebre multinacional. Lo intenté horas más tarde, y al día siguiente de nuevo, con la misma fortuna. Nunca respondió nadie. Tras esta decepción, he empezado a asumir que no conoceré a ese grupo de “mayores de 40 años con el espíritu joven” que acude a la playa de Barcelona, aunque admito que cada noche sigo echando un vistazo al anuncio luminoso de la parada de Diagonal, siempre bien rodeado de la aristocracia femenina del Corte Inglés.
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