"Soñar con ser actriz es más emocionante que serlo" (Marilyn Monroe)
Perdida en algún lugar entre los cuarenta y los sesenta años, rubia oxigenada, se quita el pareo descubriendo ante mis ojos sus tobillos de elefanta. No es que me importe demasiado que lo haga, ni cómo sean sus piernas, pero ahí están, entrando en el jacuzzi desafiantes, una detrás de otra, perfectamente depiladas y tan blancas que pueden verse tras su piel las venas como al trasluz de una hoja de papel.
—¿Verdad que me conservo bien para mi edad?
Sus tobillos rebosantes de carne ya bucean bajo las burbujas aguantando el paso de los años mal llevados. No sé si se conserva bien. Depende de la edad que tenga. Solo sé que no le circula bien la sangre y que sus manos están llenas de arrugas. Está nublado y, aunque el agua está caliente, estoy empezando a temblar.
—Te conservas... bien, claro —digo. Como se conservan las albóndigas en sus latas amontonadas en los armarios de las despensas. Lleva un collar de perlas blancas y un bañador de una pieza de color azul celeste. Yo estoy sentado sobre un chorro de agua. Puede que se ponga a llover. No debería haber venido, pero ella insistió. Me llamó y me dijo que teníamos que hablar sobre una audición para un papel en una película. Hacía un año que no nos veíamos. Por lo menos cinco meses que no me ofrecía presentarme a ningún papel. Las plantas de la terraza estaban amarillas.
—Cuando mi marido se fue, pensé que era el fin del mundo. Que yo era demasiado mayor para volver a empezar y todo eso. Pero mírame. Estoy buenísima.
Buenísima. Como una magdalena pasada de fecha flotando en un vaso de leche.
Llevo un bañador que me ha prestado -de su hijo o de su ex marido- dos tallas demasiado grande. Las burbujas están consiguiendo inflarlo hasta el punto que creo que podría perderlo en cualquier momento. Mi representante, con el glamour de una vieja gloria del cabaret, me señala su anillo.
—Todavía llevo puesto el anillo de casada, ¿ves?
—Sí.
—Pues me lo quiero quitar, pero mis manos han cambiado y ahora no puedo sacarlo. Voy a tener que ir a un especialista.
—Entiendo.
No entiendo nada. ¿Especialista?
—He probado con jabón, con lubricante... Es muy angustioso. Un reflejo de lo que fue mi matrimonio.
Un especialista en sacar anillos de manos gordas.
Los dedos de sus pies, con las uñas pintadas de rojo amapola, rozan sigilosamente mi rodilla. No pide perdón. No es un accidente.
—Entonces, ¿cómo está la cosa? Hace por lo menos seis meses que no me llamas.
—Pues muy mal, ya lo ves. La crisis. Es por eso que ahora ya no quiero dedicarme más a la publicidad. Solo quiero llevar actores. Actores y actrices. Nada de modelos. Solo películas y televisión.
Cuando la conocí 2005 se quejaba de lo mal que estaban pagando las agencias de publicidad desde el atentado de las Torres Gemelas. Me cogieron para un anuncio al que me presenté por casualidad y necesitaba un representante. Después rodé unos cuantos anuncios seguidos. Algún videoclip. Después rodé unos cuantos anuncios más. Ahora hace dos años desde mi último rodaje y el pie de mi representante busca mi pene abrumado entre burbujas y los pliegues de tela de este bañador de flores.
—Tú no tienes nada. Además, empiezas a ser demasiado mayor —me dice.
—Es probable.
—Pero tienes una sonrisa bonita, eso sí —continúa. Quizás es un piropo—. Y una mirada interesante. Eso atrae a las marcas. Por eso, les gustas. Y porque eres muy fotogénico. Un tipo normal pero con encanto.
Al descubrir que su pierna es demasiado corta para llegar hasta mí, la retira. Tengo la piel de gallina. He empezado a estornudar.
Sus pechos son muy grandes. Sus pechos de haber amantado a varios hijos. Su escote tiene manchas. Es un escote arrugado.
—Pero cada vez se rueda menos. Y cada vez menos en España. Ahora se van a Europa del este o por ahí —concluye.
Se llena de agua las dos manos y se moja el pelo en un gesto pretendidamente sugestivo. Me regala un pestañeo sensual.
—¿Tú crees que soy atractiva?
Es una pregunta trampa detrás de otra.
—Por supuesto. Muy guapa. Para tu edad.
Que no tengo ni idea de cuál es. Mi representante sonríe y sus ojos se cierran tras un abanico de patas de gallo.
—Gracias. Es por eso que te he llamado.
Si espera tener sexo para que me ofrezca lo que sea que quiere ofrecerme, podemos pasarnos días en este jacuzzi ridículo hablando de estupideces.
—Me comentaste algo de una audición para una película —digo.
—Exacto.
—Ya sabes que yo ya no actúo. Bueno, puedo hacerlo. Si es una buena oportunidad... Pero ya hace tiempo que me dedico más a escribir.
—Lo sé.
Se le ha corrido el rímel. La pintura negra de su máscara de pestañas se desliza dramáticamente por sus mejillas como las lágrimas negras de una mujer rozando la crisis nerviosa.
—Yo siempre he querido ser actriz —dice—. Actriz de cine. Creo que tengo madera. En fin, siempre me ha gustado pero nunca me lo he permitido.
—Comprendo.
¿Qué pretende con todo esto?
—Tengo ganas de hacer cosas.
—Eso está muy bien.
Se acerca a mí rodeando el jacuzzi. Pone su mano sobre mi hombro. Está helada.
—¿Hay alguna película, entonces? —insisto. Quiero terminar cuanto antes.
—Sí.
No tengo escapatoria.
—¿Y de qué papel se trata?
—De una mujer más o menos de mi edad. Es una co-producción con Francia.
—¿Una mujer?
—Sí.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—Me gustaría que me ayudaras a preparar el papel. Voy a presentarme a la prueba.
Una de sus uñas se me está clavando en el cuello. Probablemente, ella no se da cuenta.
Una nube relampaguea a lo lejos. Sonrío. No sé qué decir. Titubeo. Pestañeo. Me rasco el brazo.
—¿Vas a ayudarme, verdad?
Y no digo nada. Y luego toso. Y luego digo: «Sí».
Aunque no quiero hacerlo y tengo miedo y, a lo lejos, se escucha estallar un trueno.
Mujeres Maduras
Hermosa mujer Marilin