El octavo día de la semana, de Marek Hłasko


Hasta que reeditaron este libro yo no sabía nada del escritor polaco Marek Hłasko. Y, sin embargo, entre los años 60 y 70 los editores de Caralt publicaron algunas de sus obras. Creo que, al menos en España, había caído en el olvido. La reedición de El octavo día de la semana, con una nueva traducción, seguramente más actualizada y acorde con estos tiempos, es una de las más gratas noticias de la temporada. Para empezar, la biografía de Hłasko abunda en datos interesantes, como su muerte en misteriosas circunstancias cuando sólo tenía 35 años, o como las palabras que encontramos asociadas a su nombre cuando rastreamos su vida: guerra, miseria, condenas, alcoholismo, trabajos duros… En sus textos predominan los personajes inspirados en algunas de las situaciones que vivió o en sus sentimientos: a menudo son borrachos, tipos desesperados o con el desencanto en los ojos, gente que arrastra la ruina moral, física y económica tras la guerra.

Podríamos dividir El octavo día de la semana en 3 partes: el relato largo o novela corta que da título al libro, de unas 90 páginas de extensión; los textos breves que siguen a continuación (diez relatos, entre los que están “Los obreros”, “Volamos hacia el cielo” o “El amor no ha venido esta tarde”, por destacar algunos, aunque todos son buenos); y el relato largo de cierre, “El nudo corredizo”, y quizá el mejor del volumen, de unas 80 páginas. A la prosa de Marek Hłasko la emparentaron, dependiendo de cada obra, con la de Ernest Hemingway o Fiodor Dostoiveski, entre otros. Aunque los personajes atormentados guardan mayor relación con las criaturas del segundo, su escritura recuerda más a la del primero: frases cortas, muchos diálogos y, en numerosas ocasiones, esas sentencias demoledoras que nos retratan un mundo por el que se mueven trabajadores, miserables alcoholizados con pretensiones de suicidio, parejas que no consiguen un cuarto a solas donde desvirgarse… Abajo, algunos fragmentos:


La gente se mezcla en tus asuntos, la gente miente, la gente se inventa tonterías inmundas, y un buen día ya no se sabe lo que es verdad y lo que es mentira, lo que es un chismorreo y lo que es realidad, quién es tu amigo y quién es un cerdo, quién es un colega y quién un imbécil; no hay manera de orientarse en medio de todo eso.
[Del relato “El octavo día de la semana”]

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No me gustan las estaciones. En ellas siempre me huele a separación.
[Del relato “El octavo día de la semana”]

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No merece la pena vivir cuando te encuentras en todas partes con un cartel que dice: “Prohibido el paso”.
[Del relato “El octavo día de la semana”]

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-Mátame –dijo ella–. Mátame, pero luego. Después de hacerlo, no podremos mirarnos a la cara. Y habrá paz. Paz por fin. Sin nostalgia. Sin amor. Sin domingos. Sin tus historias de la prisión. Nos escupiremos. ¿Qué importa todo eso? No te escapes, no pienso soltarte. Ven. Después podremos olvidarlo. Y no quedará nada. Pero ahora ven…
[Del relato “El octavo día de la semana”]

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-¡Por el amor de Dios! –dijo Zawadzki. Extendió el brazo y trazó un círculo con la mano–. ¿Hasta cuándo van a seguir existiendo estos prados, esta gente tirada junto a la valla, estos hoteles, estas colectas para una botella de cinco zlotys, estas listas de holgazanes, estas aglomeraciones en los tranvías, estas colas para comprar mantequilla? ¿Hasta cuándo van a seguir los enamorados sin tener un sitio donde vivir, hasta cuándo va a seguir separándose la gente por culpa de la vivienda, de la colada, de tanta memez? Si no fuera porque conozco lo que hubo antes, pensaría que estoy en el infierno. No creo en el otro infierno; pero, suponiendo que exista algo así, entonces las botellas, los tipos junto a la valla, las colas para la carne, las chicas en los hoteles… todo eso es peor que el infierno.
[Del relato “Volamos hacia el cielo”]

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Y ahora déjame que te diga una cosa: las personas, por sí solas, no cambian nunca. Es la vida la que cambia a la gente. Para bien o para mal, haciéndonos mejores o peores, pero siempre es la vida.
[Del relato “El nudo corredizo”]


[Automática Editorial. Traducción de Fernando Otero Macías]

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