E. Laporte: Luz de noviembre, por la tarde


Eduardo Laporte: Luz de noviembre, por la tarde.
Demipage.

Es raro leer a alguien nacido en tu misma ciudad. Nacido incluso en la misma clínica. En una clínica que ya no existe. De una ciudad hacia la que no profeso elevados afectos. Desapego. Alejamiento. Rechazo. Extranjería recubierta de prejuicio. Cócteles molotov dentro de una identidad difusa. Psicoanálisis necesario, interpretaciones del montón.

Laporte y sus hermanos perdieron a su madre y a su padre en el año 2000. Ambos murieron de cáncer, en febrero ella, en diciembre él. Hubo poco tiempo para despedirse. Eduardo tenía veintiún años. Su hermano menor, dieciséis.

La vida a veces no resulta creíble, impone un guión en blanco y negro, cruento e irreal. Porque eso me ha parecido entrever en esta novela: la mirada atónita de un hijo ante ese antojo cósmico, lo grotesco de tener que asumir, contra toda esperanza, las imposiciones obtusas de la realidad.

«La muerte es lo único verdadero», dice Laporte. Sin embargo, Luz de noviembre, por la tarde no es una emisora de noticias tristes. Al contrario, es una obra en la que la vida vence. Una obra sostenida por la indagación y los hallazgos, guiada por un vigoroso anhelo literario.

La extrañeza respecto a la existencia persiste. Poco sabemos siempre. Miro la foto del autor en la cinta de portada. Ahí está, un escritor nato que se quedó huérfano. Que logró dar forma a su historia y narrar lo que pasó. De soslayo, sonrío. Imagino lo mucho que aún le queda por decir.

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