Cuenta Cortázar en una de las ediciones y traducciones que realizó de las “Narraciones Extraordinarias” de Poe que, el relato titulado “Berenice”, era, posiblemente, el primer cuento publicado por el autor. “Berenice” conformaría junto a “Morella”,”Eleonora” y “Ligeia” una suerte de tetralogía de narraciones góticas con mujeres oscuras y fantasmagóricas como núcleo central del texto.
Cortázar no traduce a Poe directamente desde el inglés original sino que vierte al castellano la traducción francesa que hizo Baudelaire. Y es aquí donde encontré una falla muy curiosa y estimulante para poetizar. Pues de la primera versión de “Berenice” que hizo Baudelaire, el editor (siempre los editores) suprimió varios pasajes que contenían referencias al opio y una visita del narrador a la cámara donde están velando a Berenice.
Pensé en esas páginas desaparecidas y destruidas de Poe. Y me imaginé a un Poe moribundo y devastado por el alcoholismo, desahuciado y febril sobre el asfalto de una calle de Baltimore de la que nunca regresó. Poe amaneció tirado en un callejón, tenía cuarenta años. Las crónicas de la época contaron que en su rostro una horrible mueca de espanto se congeló. Agonizó durante tres días, no pronunció una sola palabra. Durante tres días permaneció con la mirada perdida, histérica y el rostro desencajado. Su muerte se achacó a una terrible crisis de delirium tremens.
Hace pocos días comentaba esta anécdota con Francisco de Paula y toda la fascinación que se encerraba en ella. Estábamos en mi casa apurando botellas de vino y saltando de unos temas a otros. Preparábamos su próximo recital. Yo le leía borradores de poemas, versos sueltos. Seguimos hablando de Poe y todo ese imaginario tan poderoso que hay en sus relatos. Nos volvimos a concentrar en el turbulento final del autor. En la última visión que le regaló su delirio y en el soterrado silencio de sus últimos tres días. Y su mueca de espanto, esa mueca deformada que no pudo explicar. Ahí había una historia, un poema, un relato… Le dije que intentaría escribir un poema sobre eso. Las botellas de vino nos habían enardecido. Imaginé al último Poe y su visión en aquella calle. Las hojas perdidas de su primer relato. Pensé en el fantasma de Berenice. Y me asaltó la escena del último y deteriorado Poe aullando una oración de callejón a la visión del hermoso fantasma de su primer cuento. La hoja destruida donde el narrador se situaba frente al cadáver de Berenice, en su velatorio, y que ya nadie podrá leer.
Y me surgió este primer borrador:
POE AÚLLA UNA ORACIÓN A BERENICE
Tan lejos de ti
a cien vasos de whisky de tu cuerpo
a diez manos turbulentas sin memoria
soy el soldado obscenamente loco
¡oh Berenice!
que empeña sus medallas
(bellas ruinas de guerra)
para comprar la llave de todos los cadalsos
Tan lejos de ti
a cien relojes mudos de estación
a diez tabernas congestionadas de sombra
Soy la piel sin más profundidad
que apura cien vasos de tormenta
¡Oh Berenice!
traigo las palabras que se estrangulan
en la garganta del ahorcado
los pechos de las putas
que amamantan las manos
de las bestias con ojos de pasadizo
Ah mi terrible y pequeña Berenice
silencio de cuerdas en la orquesta
traigo el paso ciego de los desiertos
nidos de pájaros enfermos en la boca…
A lo que ella, susurrando, responde:
Te comiera las ojeras que no exorcizamos