Tienes que tragártelo mirando a los ojos del hombre, lo de menos es tragártelo, es una sustancia insípida, como comerse un estúpido caramelito de regaliz, eso da igual; lo más importante es que el hombre lo vea; el hombre que vea que te tragas su semen pasa a ser tuyo para siempre; pierde su alma y tú la ganas; pero tienen que verlo, a los ojos, míralos directamente a los ojos con fuerza y con perversidad; tienes que mirarles a los ojos en el momento en que te tragas su semen; debe haber mucha luz para que vean con claridad cómo te lo tragas; procura siempre que haya muchísima luz, que entre la luz del sol o estén dadas todas las luces de la habitación; el hombre debe verlo con intensa claridad, jamás puede pensar que es una alucinación o una ficción; su conciencia de que te tragas su semen debe ser absoluta; tienen que ver tu impasibilidad y tu serenidad y tu lentitud en el trago, en el gran trago de su sustancia definitiva, en el gran trago de lo que son como especie, como realidad, como existencia; el día en que vayan a morir te verán a ti; no verán a sus amorosos hijos o a sus deliciosos nietos o a sus abnegadas esposas; no verán más que tus ojos, tu boca y tu lengua tragándose su semen, se irán al otro mundo con tu rostro en el pensamiento, esa es la gran fuerza del universo y tú gobernarás, estarás presente el día de su muerte; estarás presente el día de la muerte de todos los hombres; una rubia como tú que se traga el semen es un acontecimiento sobrenatural.
Manuel Vilas, El luminoso regalo