El caballero llegó tarde. No debía haberse entretenido matando dragones.
Hacía sólo un minuto que la princesa, cansada de esperar, había cogido las tijeras y cortado sus largas y sedosas trenzas. Así se lo hizo saber a través de una paloma mensajera. Ni siquiera quiso asomarse ella a la ventana para decírselo de viva voz.
Aquellas trenzas eran la escalera y la promesa. Ahora ya no podría escalar la torre.
Se alejó de allí maldiciendo para sus adentros:
- Maldito reloj de sol. Siempre falla en los días nublados.
La princesa, por su parte, al mirarse en el espejo, pensó que no le quedaba nada mal el pelo corto.