No sabía si ir a ver esta película hasta que Jordi Carrión habló de ella en Facebook para recomendarla. Hasta entonces no lo tenía claro: la novela no me entusiasmó y la película obtuvo bastantes críticas negativas. Ahora puedo decir que ha merecido la pena aunque el producto resultante no sea perfecto. Vayamos por partes:
-Años atrás, antes de que se pusiera de moda, compré los libros que la desparecida editorial Tropismos publicó del británico David Mitchell. El primero me fascinó: me refiero a Escritos fantasma, que espero reediten pronto. Aún no he leído el tercero (El bosque del cisne negro), pero sí el segundo: El atlas de las nubes. La estructura de este libro es todo un logro, así como las conexiones e influencias que Mitchell suele establecer entre los personajes incluso aunque entre ellos medien décadas, a veces siglos. En dicha novela cuenta varias historias cuyos personajes se influyen entre ellos. El problema era que algunas de esas historias eran sublimes (por ejemplo, las que transcurren en 1849 y 2144), otras eran interesantes o entretenidas y algunas me aburrieron bastante. Por eso, y es una impresión muy personal, en general el libro me inquietó y me hizo bostezar a ratos: las ganas de acabar ciertos capítulos me depararon una lectura ardua.
-En la adaptación al cine, dirigida por los Wachowski y Tom Tykwer, esto no sucede. Y es gracias al montaje: se trata de un montaje muy dinámico (a lo The Wire, alternando muchas historias y escenas en poco tiempo), en el que no te da tiempo a aburrirte con alguno de los episodios porque en seguida pasan al siguiente, y así en un lapso de cinco minutos has estado en la Inglaterra contemporánea y saltado a un futuro lejano (2144) y a otro aún más lejano (2321) y vuelto deprisa al San Francisco de los 70, etcétera. Ese montaje fragmentario y veloz es, por cierto, el que yo intenté (en literatura) en mi novela Vivir y morir en Lavapiés. Dicha alternancia de secuencias, personajes, escenarios y épocas, sin embargo, dificulta un poco la comprensión en los primeros minutos (y es la causa de que muchos espectadores salgan del cine sin enterarse de lo que han visto). Cuesta meterse en El atlas de las nubes, cuesta adaptarse y seguir el hilo, es cierto. Pero poco a poco se consigue: no estamos ante una peli de filmoteca, sino ante un intento de blockbuster. Cuando uno sale del cine debe recomponer en su cabeza los fragmentos y unirlos con paciencia. Es una experiencia que enriquece. Y, aunque uno no se entere, debería reconocer que la película es un festín para los sentidos: los paisajes, la puesta en escena, los efectos visuales, la banda sonora, algunos diálogos…
-El mayor inconveniente de El atlas… no es su duración (casi tres horas que no se notan), sino la suma de sus maquillajes, prótesis y pelucas. Cada uno de los actores interpreta a varios personajes, a veces son personajes con peso en la trama, otras veces son meros figurantes y en ocasiones apenas se les vislumbra. En algunos casos, muy pocos, los maquillajes están tan logrados que uno no reconoce al actor o a la actriz: por ejemplo, se me escaparon un par de papeles de Susan Sarandon, y Hugh Grant está irreconocible como el guerrero Kona. En la mayoría de esos casos son horrendos, cómicos hasta el punto de recordarnos a las caretas de Muchachada Nui y La hora chanante, con narizones gigantes, pelucas a las que casi se les ve la etiqueta y maquillajes en los que, queriendo hacer pasar a un actor por mujer (por ejemplo, Hugo Weaving), realmente parecen travestis con trastornos de la piel. Esto que digo tiene más importancia de la que crea quien no haya visto la película, pues en algunas escenas pierde credibilidad. No sé qué ocurre en el cine contemporáneo para que, en los últimos años, los maquillajes se noten más falsos que antaño; vean J. Edgar, sin ir más lejos.
-Otro de los aciertos del filme, aunque para algunos espectadores sea uno de sus errores, es la teoría que plantea sobre el tiempo y la vida, según la cual nos vamos reciclando, vivimos otras vidas paralelas y, si morimos, sólo estamos cerrando una puerta que nos facilita el camino hacia otra puerta con la que acceder a otros mundos. Según el escritor y los directores, todo está conectado, y lo que alguien haga o diga en el siglo XIX podría influir en el siglo XXII, etcétera.
-Años atrás, antes de que se pusiera de moda, compré los libros que la desparecida editorial Tropismos publicó del británico David Mitchell. El primero me fascinó: me refiero a Escritos fantasma, que espero reediten pronto. Aún no he leído el tercero (El bosque del cisne negro), pero sí el segundo: El atlas de las nubes. La estructura de este libro es todo un logro, así como las conexiones e influencias que Mitchell suele establecer entre los personajes incluso aunque entre ellos medien décadas, a veces siglos. En dicha novela cuenta varias historias cuyos personajes se influyen entre ellos. El problema era que algunas de esas historias eran sublimes (por ejemplo, las que transcurren en 1849 y 2144), otras eran interesantes o entretenidas y algunas me aburrieron bastante. Por eso, y es una impresión muy personal, en general el libro me inquietó y me hizo bostezar a ratos: las ganas de acabar ciertos capítulos me depararon una lectura ardua.
-En la adaptación al cine, dirigida por los Wachowski y Tom Tykwer, esto no sucede. Y es gracias al montaje: se trata de un montaje muy dinámico (a lo The Wire, alternando muchas historias y escenas en poco tiempo), en el que no te da tiempo a aburrirte con alguno de los episodios porque en seguida pasan al siguiente, y así en un lapso de cinco minutos has estado en la Inglaterra contemporánea y saltado a un futuro lejano (2144) y a otro aún más lejano (2321) y vuelto deprisa al San Francisco de los 70, etcétera. Ese montaje fragmentario y veloz es, por cierto, el que yo intenté (en literatura) en mi novela Vivir y morir en Lavapiés. Dicha alternancia de secuencias, personajes, escenarios y épocas, sin embargo, dificulta un poco la comprensión en los primeros minutos (y es la causa de que muchos espectadores salgan del cine sin enterarse de lo que han visto). Cuesta meterse en El atlas de las nubes, cuesta adaptarse y seguir el hilo, es cierto. Pero poco a poco se consigue: no estamos ante una peli de filmoteca, sino ante un intento de blockbuster. Cuando uno sale del cine debe recomponer en su cabeza los fragmentos y unirlos con paciencia. Es una experiencia que enriquece. Y, aunque uno no se entere, debería reconocer que la película es un festín para los sentidos: los paisajes, la puesta en escena, los efectos visuales, la banda sonora, algunos diálogos…
-El mayor inconveniente de El atlas… no es su duración (casi tres horas que no se notan), sino la suma de sus maquillajes, prótesis y pelucas. Cada uno de los actores interpreta a varios personajes, a veces son personajes con peso en la trama, otras veces son meros figurantes y en ocasiones apenas se les vislumbra. En algunos casos, muy pocos, los maquillajes están tan logrados que uno no reconoce al actor o a la actriz: por ejemplo, se me escaparon un par de papeles de Susan Sarandon, y Hugh Grant está irreconocible como el guerrero Kona. En la mayoría de esos casos son horrendos, cómicos hasta el punto de recordarnos a las caretas de Muchachada Nui y La hora chanante, con narizones gigantes, pelucas a las que casi se les ve la etiqueta y maquillajes en los que, queriendo hacer pasar a un actor por mujer (por ejemplo, Hugo Weaving), realmente parecen travestis con trastornos de la piel. Esto que digo tiene más importancia de la que crea quien no haya visto la película, pues en algunas escenas pierde credibilidad. No sé qué ocurre en el cine contemporáneo para que, en los últimos años, los maquillajes se noten más falsos que antaño; vean J. Edgar, sin ir más lejos.
-Otro de los aciertos del filme, aunque para algunos espectadores sea uno de sus errores, es la teoría que plantea sobre el tiempo y la vida, según la cual nos vamos reciclando, vivimos otras vidas paralelas y, si morimos, sólo estamos cerrando una puerta que nos facilita el camino hacia otra puerta con la que acceder a otros mundos. Según el escritor y los directores, todo está conectado, y lo que alguien haga o diga en el siglo XIX podría influir en el siglo XXII, etcétera.