El jacinto Francisco II me mira desde su lugar, a la derecha de la televisión. Creo que no le inspiro mucha confianza y acierta: nunca he tenido una planta y no ha llegado a mi vida por decisión propia. Eso sí, cuenta con todo el afecto que acompaña a lo no deseado; fruto un poco de la sorpresa y de la fascinación por lo desconocido. Han empezado a caérsele hojitas verdes, pero estaba preparada para no darle importancia a esta pérdida: Raquel me ha explicado que eso significa que, muy pronto, saldrá la flor. Ella, que es experta jardinera, tuvo el detalle de subir a mi casa el miércoles por la noche (día de clima desapacible), no con una botella de vino o unas aceitunillas, no, no, no...
Subió con Francisco II: "El jacinto que surgió del frío".
Lo trajo envuelto en papel de celofán transparente, rematado con una cinta roja. Yo le di las gracias por el regalo y, absorta como estaba en la aparición de Francisco I en el balcón de San Pedro, dejé al jacinto en la mesa de la cocina y la invité a pasar a la salita para, antes de salir a emborracharnos ligeramente, como señoritas que somos, asistir al momento histórico y un tanto mainstream de las primeras palabras en la tele del nuevo Papa; un ídolo de masas desde el minuto uno.
- ¿No lo vas a abrir, que le de un poco de aire? Se va a asfixiar. -sugirió Raquel, que sufría en silencio por el jacinto y, probablemente, ya se estaba arrepintiendo de habérmelo traído.
Entonces fui consciente: tenía a mi cargo un ser vivo.
En 2003 tuve dos peces, los compré en Chueca una tarde de primavera. Creo que me pasé con la comida, porque al día siguiente amanecieron muertos, flotando macabros en el agua tibia de la pecera. Desde entonces, no he vuelto a castigar a animal o vegetal alguno responsabilizándome de él.
Hasta el miércoles.
Lo primero que hice fue ponerle un nombre: Francisco II me pareció bastante oportuno. Me parece que le gustó. Luego, aunque no manifesté mi preocupación en voz alta, me acordé de una historia que nos contó la profesora cuando estábamos en cuarto de EGB (9 años), sobre una señora que tenía un montón de plantas y una noche, al irse a dormir, se olvidó de abrir las ventanas y se murió. Las plantas necesitan mucho oxígeno. La repentina idea de una posible muerte por culpa de las necesidades respiratorias del jacinto me pareció bastante romántica y, al mismo tiempo, me asustó.
Han pasado cuatro días y los dos seguimos vivos, de hecho me parece que Francisco II ha pegado un estirón bestial, ya mide casi 50 centímetros... Me pregunto que altura será capaz de alcanzar y no puedo evitar imaginarme fotografiada a su lado, cuando haya crecido hasta los dos o tres metros y sea una rareza en el mundo de los jacintos. Resulta que Francisco II es un bulbo. Eso significa que cuando se mustie la flor no hay que pensar que ha fallecido: error. Hay que envolver el bulbo en un paño y guardarlo en un lugar seco y fresco hasta la temporada que viene; todo un ritual. Cierto poso necrofílicoegipcio subyace en el ciclo de los bulbos.
Y, por último, está el tema del amor. Raquel me lo hizo ver desde el principio: a partir de ahora quien se enamore de ti tendrá que aceptar a Francisco II; y Francisco II tendrá también que examinar al pretendiente y dar su aprobación... yo que, en una fase atípica en mí, atravieso un periodo de enamoramientos pequeños y continuos, como jadeítos. Interpreto la irrupción del jacinto en mi existencia como una llamada de atención: con 35 años ya no soy ninguna niña. Mejor será que vaya sentando la cabeza.
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