Cuando entro voy sin ropa. Me dejo la sombra por si acaso el frío. Apenas, como si abriera la correspondencia, muevo las manos, me busco. Es un gesto espantoso a veces buscar la blandura, el alimento, el gritito entrecortado. No es un acto poético amamantarle la nostalgia. Recordar: no nutrirle un nombre.
Es posible que cuando salga la cigüeña no haya dejado ni una sola carta aunque mis pezones estén hinchados. Pero no soy yo la que llora