Que aquella ciudad estaba gobernada por poetas, saltaba a la vista.
Quizás tuvieran algunas carencias en servicios sociales y otras disciplinas, tan necesarias para la vida, como prosaicas,pero ciudadanos y viajeros no se quejaban. Consideraban suficientemente compensadas estas carencias, por otras medidas que tomaban tan singulares regidores.
El conocimiento que éstos tenían de los corazones humanos -por haberse asomado a su precipicio y haber sobrevivido- les llevaba, por ejemplo, a no permitir que nadie abandonara el recinto amurallado sacando de contrabando recuerdos y nombres que, una vez tratados, en otro lugar, en otro tiempo, en el mercado negro se transformarían en la más devastadora de todas las drogas: la melancolía. Es decir, la deletérea perversión de la memoria cuando cae en los vicios del deseo y la falta.
Para impedirlo, colocaron un enorme león al otro lado del Puente de Piedra, por el que inevitablemente todo el mundo tiene que pasar. Es el guardián que vela por ellos, por nosotros.