"Yo soy el Papa de Roma, para que te acuerdes... ¡¡¡toma!!! [seguido de un buen hostiazo]". Grito de guerra de los niños del Barrio Delicias de Zaragoza durante el decenio 1975-1985.
Ahora que los católicos vuelven a estar de moda porque van a tener (¿o ya tienen?; aclaración: esta entrada está programada y no voy a seguir el estado de actualización de las fumatas vaticanas porque estoy enganchado a Splash) nuevo Papa y se acerca la Semana Santa, con sus tambores y sus procesiones, la Iglesia Católica va a disfrutar de unas cuantas semanas de una propaganda que será tanto más poderosa cuanto más bonachona sea la cara del pontífice elegido (no como la jeta de Ratzinger Zeta, un señor que tiene una cara bastante siniestra pero que, reconozcámolso, ha hecho mucho en favor del anticlericalismo).
Así que hoy me veo en la obligación de contrarrestar este subidón reaccionario que se nos avecina con una de mis maravillosas entradas anticlericales. Pero es que, además, lo que les voy a contar, lo de El Caso Mortara es.., es.., ¡¡¡de traca!!!. Otro ejemplo más de que la realidad supera a la ficción más descabellada que cualquier humano pueda imaginar.
Pío IX (1792-1878), alias "Pío Nono", hijo del conde Mastai-Ferretti, fue un Papa plusmarquista, un ex soldado que sigue ostentando el récord del pontificado más largo, el de soldados muertos con el fin de mantener vivos los Estados Pontificos para evitar que Roma se convirtiera en la capital italiana del reunificado Reino de Italia, el tipo que excomulgó a un rey (Victor Manuel II), el inventor del cuento de la infalibilidad papal, el reinstaurador del ghetto judío en Roma y... ¡¡¡el principal avalista del secuestro de un niño judío!!!: Edgardo Mortara.
Una rocambolesca historia que se cuenta muy bien en el libro que hoy recomendamos: El Secuestro de Edgardo Mortara (Ed. Plaza Janés, 2000) del escritor neoyorkino David I. Kertzer.
Momolo Mortara era un próspero comerciante judío que vivía con su esposa Marianna y sus ocho hijos en Bolonia, una ciudad que, por aquel entonces, formaba parte de los Estados Pontificios, o esa, del reino del Papa. Pese a estar expresamente prohibido por la ley canónica (la que regía en los Estados Pontificos), Momolo Mortara había contratado, para formar parte de su numeroso servicio, a una campesina católica llamada Anna Morisi que se encargaba de los cuidados del pequeño Edgardo. La tragedia pasó rozando a los Mortara cuando Edgardo, con un añito de edad, estuvo a punto de morir aquejado de una terrible enfermedad de la que, afortunadamente, se recuperó.
Seis años después, en la madrugada del 23 de junio de 1858, la policía, por orden del inquisidor de Bolonia (un dominico), irrumpió en el hogar de los Mortara, cogió a Edgardo y se lo llevó a Roma, a 400 kms. de su hogar, donde el pequeño quedó recluido en la Casa de los Catecúmenos, un lugar que tiene un nombre que da muy mal rollo y que hacía las funciones de colegio para niños judíos conversos.
Un mes después, las autoridades civiles retiraron la patria potestad del niño al matrimonio Mortara...
¿Qué tal va la cosa por ahora?.
Seguimos.
¿Por qué se llevó la policía a Edgardo Mortara?.
Atentos.
Resulta que, como Edgardo había estado muy enfermo de chiquitín, Anna Morisi, analfabeta y católica (doblemente analfabeta), concluyó que el pequeño estaba en peligro de condenarse eternamente si moría sin bautizar, así que decidió bautizarlo ella misma con agua de la cocina... Y Anna Morisi, que además de analfabeta era chismosa, le contó esta historia, seis años más tarde, a una vecina. Y la vecina, como buena cristiana, se vio en la obligación de contárselo a un sacerdote. Y el sacerdote acabó por denunciar al inquisidor el terrible delito: un niño bautizado estaba viviendo con una familia judía. Y...
...están flipando, ¿verdad?.
No voy a contarles nada más de esta increíble pero verdadera historia porque les animo a que lean el interesante libro de Kertzer. Pero les adelanto que Pío IX defendió con uñas y dientes la legitimidad del "secuestro" tomando al niño bajo su protección personal sin ceder ante las presiones que le llegaron desde dentro y fuera de Italia pese a que dichas presiones fueron ejercidas por fuerzas tan notables como el New York Times, James Rotschild (prestamista del Papa) o Napoleón III, el emperador francés cuyas tropas defendían los Estados Pontificios de los ejércitos italianos del Risorgimento (Mazzini & Garibaldi).
Así que Edgardo Mortara se convirtió en un símbolo de la lucha entre los partidarios de los ideales revolucionarios de 1848 y los nostálgicos del Antiguo Régimen.
Afortunadamente, la maldad de Pío IX le pasó factura: exhibir tan descarada, obscena e inmisericordemente la bandera del Poder de la Iglesia sobre las leyes civiles le costaría la pérdida de muchas simpatías. La más notable de todas: el apoyo de los ejércitos franceses de Napoleón III, cuya retirada contribuyó, en gran medida, a la caída final de los Estados Pontificios derrotados por el ejército italiano en 1870 que recluyó, esperemos que para siempre, a todos los futuros Papas en ese reducto de fanatismo que es la Ciudad del Vaticano donde hasta hace poco reinaba Ratzinger Z que antes había sido el mandamás de la Congregación para la Doctrina de la Fe anteriormente conocida como la Inquisición.
Final feliz para los partidarios de las libertades y para los italianos.
¿Y para la familia Mortara?, ¿hubo happy end?. Tendrán que leer el libro (o la wikipedia si lo del libro les da pereza).
Disfruten del Coro de los Esclavos Hebreos ("Va, pensiero" / "Vuela, pensamiento") de la ópera Nabucco, compuesta por Giussepe Verdi en 1842. Un coro que acabaría por convertirse en el himno de los nacionalistas liberales italianos partidarios de la unificación de la patria bella e perduta.
Venga, vamos, que les pongo la versión pop de Waldo de los Rios que yo oía de chiquitín en el tocadiscos de mi casa, que de la original ya hablamos aquí. Y es que.., aunque esta melodía la cantara un mono borracho seguiría siendo un HIMNO.
Dedicado a Momolo Mortara, un señor que murió en 1871 con el corazón hecho trizas.