Los amantes pasajeros, Pedro Almodóvar, (2013).
Por Juan Laborda Barceló.
La película comienza como un sainete, motor posterior de lo que ocurrirá, cargado de acentos andaluces y buenos sentimientos. El arranque es un tanto abrupto, como el primer trago de tequila (del que los tripulantes de cabina protagonistas abusan sin control). A pesar de ello, el pulso del director manchego es innegable.
El espacio del avión se nos antoja áspero y claustrofóbico, aunque responde a los patrones propios de la estética del autor. Las relaciones humanas, amorosas (bien heterosexuales, homosexuales o bisexuales…) y tragicómicas del pasaje son marca de la casa, pero interesan y atraen por su calidez.
El plantel de actores no sólo está bien elegido, sino que actúa como un mecano perfecto. Todos están sensacionales en los enunciados que les toca, mérito de un buen organizador y de ellos mismos.
La historia se mantiene en vuelo precisamente por esa pericia actoral. Si nos abandonamos a la gustosa sensación de dejarnos llevar, que es lo que se nos pide desde el inicio, pasaremos un muy buen rato de cine. La pantalla explotará en sexo, intrigas de ecos ochenteros, drogas y corrupciones tan de nuestra España de hoy. El sainete transformado en esperpento, pero en el mejor sentido del término: una visión grotesca, no necesariamente desacertada de la realidad. Si a ello le unimos elementos de la comedia más alocada y rasgos del musical, tenemos una mezcla tan contundente como los cócteles que se sirven en el vuelo de la ficción.
Almodóvar es capaz de emocionarnos, de tocarnos en nuestros más profundos miedos con su mejor cine. El presente, lejos de ser malo, no consigue mover con sus hibridaciones de género las entrañas del espectador, pero es un producto muy recomendable.
Amantes, pasajeros y perennes, viajeros de nuestro tiempo, paisanos, políticos corruptos, parados, futuros desempleados de Iberia, artistas, intelectuales de medio pelo y de pelo entero…no dejen de verla. Lo pasarán muy bien, se sentirán frente a un espejo, deformado e irreal, pero con su reflejo, al fin y al cabo.