Pasajero del final del día, de Rubens Figueiredo


El punto de partida de esta premiada novela del escritor brasileño Rubens Figueiredo me recuerda un poco a otros libros que ya recomendé aquí: Ciudad abierta (Teju Cole), Mis dos mundos (Sergio Chejfec), Moo Pak (Gabriel Josipovici) o Magma (Lars Iyer), aunque luego se aparta de ellos en sus intenciones. Es decir, el punto de partida es el siguiente: alguien cruza una ciudad y esos paseos activan la memoria, desatan la reflexión, agudizan la perspicacia, analizan el presente. Pero si, en aquellos, cada personaje iba a pie o en metro, aquí el protagonista viaja en autobús; si, en aquellos, el eje central solía ser lo literario, aquí es la miseria, los conflictos de las favelas, lo que ocurre cuando tienes poco que perder porque careces de posesiones.

El protagonista, Pedro, toma cada viernes un autobús que lo trasladará desde el centro donde vive hasta uno de los barrios más pobres de la ciudad, en las afueras: una favela (aunque no se nombre), donde vive su novia. Tampoco falta lo literario porque Pedro lee una biografía de Darwin durante su viaje y trabaja en una librería de ejemplares de segunda mano, pero creo que todo eso es secundario. Lo que importa aquí es el análisis del pasado y del presente a través de la observación de los pasajeros y del recuerdo de otras personas (amigos, familiares, etc). Leí este libro hace unas semanas, y había colocado una marca, un papel, entre sus páginas, señalando un pasaje en concreto; el papel se cayó del libro y ahora no soy capaz de encontrar ese fragmento. Así que os dejo con el tercer párrafo del principio:

Nada se interponía entre el sol y las cabezas de los presentes, a no ser la parte más alta del poste de hormigón y los cables colgantes de luz o teléfono que, en lo alto, se extendían hacia ambos lados con la simetría de un costillar. No había más sombra que la que arrojaba la cola de pasajeros, alargada casi al máximo sobre la acera. El retraso del autobús, el hedor a orina y basura, la acera hecha de agujeros y charcos, el asfalto ardiente con manchurrones azules de aceite, casi a punto de humear... Pedro ya estaba incluso acostumbrado. No son los consentidos, sino los adaptables, quienes sobrevivirán.

[Traducción de Rita da Costa]

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