«Pon el detergente, cierra la tapa y relájate... ¿Qué contribuyó más a la emancipación de la mujer occidental? Unos dicen que la píldora, otros la liberalización del aborto, otros el trabajo fuera del hogar. Algunos, sin embargo, van más lejos: la lavadora.»
(del artículo ‘La lavadora y la emancipación de la mujer’, publicado en L’Osservatore Romano, diario oficial del Vaticano, el 8 de marzo de 2009, Día Internacional de la Mujer Trabajadora.)
Bendita seas, lavadora, en tu infinita gracia, en tus centrifugados y programas automáticos. Sea siempre contigo la bienaventuranza del virtuoso suavizante, que penetra en tu vientre sin placer ni pecado. Tú, lavadora, que has sabido alejar de las féminas la tentación del frotamiento con las propias manos. No te detengas nunca en tu peregrinar, no dejes que se llenen de prendas bochornosas nuestros cestos. Nos postramos ante ti, lavadora, y pedimos perdón por todos nuestros derramamientos, y damos gracias por tu abnegación inoxidable, tu entrega al prelavado. Eres santa, estás hecha para el prójimo. Eres fiel, no abandonas jamás ningún hogar. Eres del otro mundo, lavadora. Porque en ti está la vida, fuente de limpieza. Porque en ti está el movimiento, razón del aclarado. Porque en ti está la piedad, causa de nuestra dicha. Oh, lavadora, metal angélico, tambor de la virtud que redimes toda mancha, toda impureza, todo estupro. Enjuagarás por siempre nuestras humildes sábanas, sin importar la edad de aquel con quien pecamos. Amén.