Llevo toda mi vida buscándola. Era copista del Prado. Debo reconocer que me enamoré antes de su nuca que del resto. Estaba sentada frente a Velazquez, con las piernas ligeramente abiertas abrazando la peana de su caballete en un acto de amor. Un pincel insertado en un moño aguantaba en equilibrio su melena. El brillo de sus hombros quitaba protagonismo a cuanto hubiera a su alrededor. Quise acercarme a ella cuando de repente se levantó y salió de la sala. La esperé pero no volvió. Nunca la vi el rostro pero reconocería su cuello entre millones. Estoy seguro que anda por aquí, aunque se me acaba el tiempo y no quiero irme sin decirla que la quiero.