la princesa de la antártida
palpo la verdad como una pared que el tiempo lame con su lengua de fuego,
crepita silenciosa mientras aflora papel pintado y se parte en cinéreos retales,
serias cuartillas de lectura nievan sobre un vacío parque de columpios;
no hallo más que grietas bajo el papel y en todas ellas grietas solamente
sin ningún atisbo de ocultos mensajes en ruinas ancianas o botellas a la deriva,
sólo una nervadura o ramificada cicatriz que vetea de ríos de sequía
esta gloriosa antártida que ayer puso su cimiento sobre un desértico alambre.
tiene algo de esperanzador en la mitad de la poesía recorrer la verdad con los dedos
y sentirla así como una pared plácida que tan sólo dice pared en las yemas, pared no más,
pero también trae ecos de una asfixia que pega tan duro como un púgil enfermo
dejando a un hombre que ha comido sueños retorciéndose de un disparo en la tripa
en esos grupos de terapia pública que son los cafés literarios con un papelito en la mano,
la voz grave, la mirada puesta en el techo transparente de los ciegos o los optimistas
y vomitando un bezoar de pesadillas sobre una audiencia que ronca como una puta.
no hay grietas en tu pared, niña perfecta, sólo esa piel circular y lúbrica por la que deslizarse
y dejarse caer para viajar lejos, muy lejos, más allá del nombre y la palabra,
recorrer vertiginosamente limpio esta vida manchada de frenos,
llegar al mismo punto de partida en tiempo y espacio con el corazón en la boca.
palpo tu rostro y el tiempo no comparece nunca, al contrario que el mundo
tú envejeces tan despacio.
al contrario que la verdad tú envejeces tan despacio.
a la mañana todavía mis yemas huelen fuerte a ti y recuerdo haber tocado una pared
que acaso arda igual que el hierro, manteniéndose íntegra acaso acuosa
aún en el más intenso rojo de la fragua,
presume esa pared de ser océano en el áspero límite del páramo.
a la mañana no finjo tristeza ni me duelo acá en los cuadernos,
me siento vacío y la pared está quieta y blanca y el aire está quieto
preñado de motas, ingrávidos frutos de polvo,
la habitación está quieta y mis manos envejecen abiertas frente a mí
como árboles quemados.
y tú las tomas, mis manos, tan dulce cuando tomas.
y entonces, entonces ya nada es lo mismo pero no importa contarlo con bellas palabras
ni hacer de ello una altiva montaña que pueda verse desde todos los balcones.
sólo que tú lo sepas así como lo sé yo.
la verdad, mi niña perfecta, princesa de la antártida.
eso basta.