Llevo unos días buceando en la trama de espionaje político de Cataluña, dejando un poco de lado, siempre por obligación, estas calles del viejo barrio donde no hay amor sin previo pago. Lo lamento. Para compensar esa ausencia a mis improbables lectores cuelgo aquí un artículo, de Haim Harari en edge.org, indispensable para entender la influencia decisiva de las nuevas tecnologías en la actual crisis sistémica. Creo que es una gran regalo.
POLÍTICA EN 140 CARACTERES
“La ciencia es la fuente de numerosos remedios para los problemas médicos, sociales y económicos. También es una aventura intelectual hermosa y fascinante. Lleva a nuevas tecnologías, que cambian nuestras vidas, a menudo para mejor. ¿Podrían estas tecnologías poner en peligro los fundamentos de la democracia liberal? Tal vez parezca una locura. Sí, deberíamos preocuparnos por ello. Es una amenaza real, que debería preocupar a toda persona pensante, si él o ella cree que la ciencia puede hacer progresar la humanidad y que la democracia es el sistema menos malo de gobierno.
Se está desarrollando una grave discordancia, paso a paso, entre dos asuntos que aparentemente no están relacionados: la penetración de la ciencia y la tecnología en todos los aspectos de nuestra vida, por un lado, y la democracia liberal, como se practica en todo el mundo libre, por otro. La ciencia y la tecnología no son, intrínsecamente, ni buenas ni malas. Es el uso que les demos lo que puede producir beneficios de largo alcance o resultados negativos. Sus aplicaciones suelen ser planificadas y deliberadas, pero a veces son fortuitas y accidentales. El creciente conflicto entre las consecuencias de la tecnología moderna y la supervivencia de la democracia es fortuito pero está lleno de grandes peligros.
Contemos siete componentes del problema que se está creando:
Primero: una discordancia entre las escalas temporales. Muchos de los problemas a los que se enfrentan quienes toman las decisiones se están volviendo más complejos, multidisciplinares, globales y multigeneracionales. Los sistemas educativos, las políticas de investigación, la seguridad social, las tendencia geopolíticas, los seguros médicos, los problemas del medio ambiente, los patrones de jubilación, todos tienen escalas temporales de décadas. El desfase temporal entre la discusión y la decisión, la ejecución y las consecuencias se está alargando, gracias a nuestra habilidad cada vez mayor de analizar los efectos globales a largo plazo, y a años de educación, trabajo y jubilación de la persona media. Por otra parte, el horizonte temporal de los políticos siempre fue el de las siguientes elecciones, normalmente cuatro años, o cualquier otra cosa entre dos y siete años. Pero la tecnología moderna, mientras produce escalas temporales más largas para los problemas, crea índices instantáneos de popularidad online para los funcionarios que gobiernan, presionándoles para que busquen soluciones a corto plazo. Después reaccionan de forma trimestral a problemas que nos afectarán durante décadas, cuando ambos periodos son resultado de los avances tecnológicos. Vivimos más, pero pensamos menos.
El segundo punto es otro tipo de discordancia temporal. Twitter, los SMS, los comentarios en internet, las réplicas y otras brevedades similares hacen que la tradicional noticia televisiva de 60 segundos parezca una eternidad. Pero los verdaderos problemas políticos no pueden resumirse en microtitulares. Esto fomenta el extremismo y la superficialidad y casi fuerza a los políticos a que se expresen en los 140 caracteres estándar de Twitter, en vez de en 140 líneas o páginas en cualquier informe de situación. Al público votante se le presentan únicamente eslóganes ultrabreves, y las generaciones más jóvenes están entrando en la próxima fase evolutiva de la raza humana: “homo neo-brevis”, con una corta capacidad de atención, afinidad por las brevedades y dedos más estrechos para el smartphone.
La tercera cuestión es la creciente importancia de las competencias científicas y el pensamiento cuantitativo para quienes toman las decisiones. El mundo de hoy nos plantea problemas energéticos, nuevos medios, manipulaciones genéticas, gripes pandémicas, problemas de agua, armas de destrucción masiva, derivados financieros, calentamiento global, nuevos diagnósticos médicos, ciberguerras, propiedad intelectual, células madre y muchos otros asuntos que no pueden ser abordados por personas que carecen de una mínima capacidad para comprender los argumentos científicos, junto a sencillas consideraciones cuantitativas. Por desgracia, la inmensa mayoría de los altos cargos que toman decisiones en la mayoría de las democracias no poseen estas capacidades rudimentarias, lo que da lugar a crasos errores de juicio y confusiones históricas que afectarán a muchas generaciones. Necesitamos que quienes toman las decisiones políticas tengan una formación científica.
La tercera discordancia es el hecho de que la elegibilidad de los altos cargos requiera talentos que son completamente ajenos a los requeridos para el gobierno y el liderazgo. La mayoría de los países eligen a altos cargos cuyas credenciales no les permitirían conseguir un empleo como presidentes ejecutivos de una empresa menor. El proceso democrático no comienza con una breve descripción del trabajo, sino con una habilidad para seducir a los espectadores televisivos, y la habilidad para presentarse o bien como “uno más”, o como un lejano príncipe admirado (o mejor aún, ambos). La TV y otros medios electrónicos aseguran que la mayoría de los votantes jamás verán a la persona real, sino solo una imagen en la pantalla, aumentada por posibles añadidos. El talento para pronunciar los discursos, incluida la habilidad para leer el teleprompter, mientras se aparenta improvisar, es más crucial que conocer los problemas globales, la experiencia y el liderazgo.
El quinto peligro es la desquiciada carrera por la “transparencia”, acentuada por la inmediata diseminación en la web de todo aquello que se revela. Es casi imposible mantener un debate franco y de alto nivel en condiciones, donde se sopesen opciones originales antes de rechazarlas, donde se manejen ideas creativas y se expresen las opiniones controvertidas, si cada palabra que se dice puede aparecer al cabo de días en las pantallas de miles de millones de ordenadores y smartphones, resumidas en una frase y a menudo sacadas de contexto. Es imposible escribir una carta de recomendación honesta o una evaluación minuciosa y ecuánime de una organización o proyecto, cuando la confidencialidad no solo se ve comprometida, sino que se idolatra la revelación pública. No sorprende demasiado que las personas con talento y experiencia, con demostrada competencia en cualquier otro campo, eviten normalmente entrar en la política, cuando la “transparencia” amenaza con destruirlos. A veces da la sensación de que los futuros altos cargos que se elegirán y nombrarán tendrán que publicar en la web las imágenes de su última colonocospia en la web, en nombre de la transparencia.
El sexto punto, amplificado por la tecnología, es el justificado deseo público de libertades: de expresión, de la prensa, de información, libertad académica y todas las demás libertades garantizadas por una correcta democracia. Estas, así como otros derechos humanos, están entre los pilares más importantes de la democracia. Pero pueden ser llevados a extremos inaceptables que pueden provocar graves distorsiones: se permite la incitación al asesinato o al genocidio; la pedofilia es aceptable, revelar información sobre seguridad nacional que puede poner vidas en peligro está de moda; se exige el mismo tiempo para el creacionismo y la evolución; se protege con más vigor los derechos de los terroristas y asesinos que los derechos de las víctimas; surgen muchas otros problemas excéntricos que jamás se supuso que tuvieran que ser cubiertos por los derechos humanos fundamentales. La tecnología no está creando estas situaciones, pero la brevedad de los mensajes y su rápida y amplia diseminación, junto a la capacidad para transmitirlos a través de todas las fronteras, desde las dictaduras subdesarrolladas a las democracias, convierten los sagrados derechos humanos y libertades civiles en una espada de doble filo.
Por último, el séptimo pilar de la triste discordancia entre la tecnología moderna y la democracia es la globalización. Las fronteras políticas pueden cubrir un estado, un país, un continente o todo el planeta. Pero cada unidad política debe tener un determinado conjunto de normas. El país A puede ser una democracia ejemplar y el país B una oscura dictadura. Si hay poca interacción entre sus sociedades, ambos regímenes pueden sobrevivir, y tendrán sus propias normas. La globalización ayuda a la difusión de las ideas progresistas en los rincones políticamente oscuros, pero si en Alemania la negación del holocausto es un delito, y la transmisión por satélite desde Irán puede llegar directamente a cada hogar en Alemania, tenemos un nuevo problema. Si la tecnología moderna permite el lavado de dinero rápido y eficaz, llevado a cabo entre numerosos bancos internacionales, casi a la velocidad de la luz, tenemos un nuevo desafío. Si el mundo intenta tomar decisiones y firmar tratados a nivel internacional mediante la mayoría de los votos de los países, de los cuales muchos jamás han experimentado nada remotamente parecido a una democracia, refuerza los estándares antidemocráticos globales. También observamos un nuevo aumento en los patrones de la inmigración ilegal, que la incitación al racismo atraviesa fronteras, evasión internacional de impuestos, tráfico de drogas, el trabajo infantil en una región produce mercancías para otra región que lo prohíbe, y numerosos fenómenos, amplificados por la rápida movilidad y la comunicación moderna que ofrece la tecnología actual.
Sin duda, estos siete puntos nos han acompañado durante años. A menudo hemos tenido líderes miopes, nos hemos quejado de que la televisión cubriera de forma superficial asuntos complejos, hemos observado a líderes científicamente analfabetos moverse ciegamente en un laberinto de cuestiones técnicas, hemos elegido a políticos atractivos sin experiencia, hemos exigido un razonable nivel de transparencia, hemos exagerado en la aplicación de los principios honrados en la constitución, y hemos creído en la conexión con otras naciones de nuestro planeta. Pero la tecnología moderna ha cambiado los patrones de todo esto y amplificado una peligrosa falta de equilibrio entre nuestros ideales y la realidad actual.
Siendo alguien que cree en la enorme contribución positiva de la ciencia y la tecnología a nuestra salud, alimentación, educación, protección y comprensión del universo, me duele mucho observar todos estos rasgos, y creo deberíamos preocuparnos de verdad. La única manera de lidiar con el problema es permitir que la estructura de la democracia liberal moderna evolucione y se adapte a las nuevas tecnologías. Esto no ha empezado a suceder. No tenemos todavía las soluciones y los remedios, pero debe haber formas de preservar los rasgos básicos de la democracia, mientras que se perfeccionan sus reglas y patrones, así como minimizar los efectos nocivos y permitir que la ciencia y la tecnología modernas supongan más beneficio que perjuicio”.
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