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Tanto mi columna "Bloomsday Menu" de este mes como las tres recomendaciones del Chef Bloom giran en torno a la novela negra, con especial acento a la escrita en castellano.
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BOLSA NEGRA DE BASURA
by Sergi Bellver
Más allá de los tópicos sobre el género y de su éxito comercial, la novela negra se postula como uno de los pocos discursos que le quedan hoy a la novela social, una enorme bolsa de plástico literario en la que sacar a la calle toda nuestra basura moral. La posibilidad sintoniza con otro canal que la ficción ofrece últimamente para la crítica sociológica con algunas de las mejores teleseries actuales, y se acentúa más si cabe en este tiempo en el que la “alta literatura” española parece en manos de autores que se debaten entre mirarse el ombligo y perfeccionar su siguiente pirueta formal, totalmente alejados de la realidad. Y eso que pocas veces como ahora, cuando la corrupción y la miseria ética y cultural sacuden nuestra sociedad de arriba a abajo, han tenido los escritores tantas y tan buenas razones para agitar conciencias.
Dicen que la novela negra es un pariente literario menor y que, como género, sigue patrones demasiado simples y definidos. Aunque es cierto que a menudo se repiten esquemas en el género negro y, en especial, en el policial, donde el lector suele acompañar al protagonista en la resolución de un crimen, ambos prejuicios saltan por los aires cuando revisamos clásicos noir como los de Chandler, Hammett o Simenon, pero también de autores de aquella “alta literatura” que abordaron esta otra perspectiva, como Capote o Martin Amis. De modo que, como siempre, no hay motivo malo para su tratamiento literario, ni tratamiento literario desdeñable cuando hay motivos para una buena historia.
Caliente aún el cadáver de la última edición de BCNegra, comisariada por Paco Camarasa, ínclito librero de Negra y Criminal, surgen algunas reflexiones pertinentes, como quizá replantearse el formato en futuras ediciones, pero la ocasión invita sobre todo a cuestionarse otros matices exclusivamente literarios. En cualquier librería de Barcelona, las mesas de novedades dedicadas a lo negro y policial están copadas por autores escandinavos y norteamericanos. Autores a veces sobrevalorados, empezando por algunas de las omnipresentes divas suecas, que saturan la oferta con propuestas poco imaginativas y, sobre todo, con una prosa más que discreta (a la que ni siquiera traicionan para bien sus traductores). Hay excepciones, desde luego, como Michael Connelly entre los norteamericanos o Arnaldur Indridason entre los escandinavos, por citar sólo un par, pero justo cuando se cumple una década de la desaparición del gran Vázquez Montalbán, una sensación cobra fuerza y nos da en plena cara, como un puñetazo: algo le falta a la novela negra en nuestro idioma.
Cuando en lo literario, la reflexión y la crónica social más interesante en la actualidad del género viene de manos del siciliano Andrea Camilleri (no en vano, el mejor legatario del creador de Pepe Carvalho), del griego Petros Màrkaris o del bosnio Ivica Djikic, queda claro que esa otra mirada europea meridional ofrece un espejo más cercano en el que mirarnos para una probable y necesaria renovación del género en nuestro país. Deberían tomar nota los editores y hacer su labor detectivesca en busca de autores capaces de conectar mejor con nuestra realidad. Hay vida y hay buenas letras después de Carvalho, y ahí están el Ricardo Méndez de González Ledesma, los Bevilacqua y Chamorro del premiado Lorenzo Silva o las historias de Andreu Martín y Carlos Zanón, pero ojalá lleguen pronto unos cuantos sospechosos más, con nuevas ideas e historias, que ayuden a completar la escena del crimen.
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