Canción de las pornógrafas

Mi amigo Gabriel, que existe aunque merezca ser un personaje, me cuenta desde Argentina que, en la madrugada del 29 de enero, soñó con mi madre. Yo acabo de aterrizar, sueña Gabriel, para asistir a un extraño homenaje a mi madre en Córdoba. Según la prensa local, sigue soñando mi amigo, a los 28 años de edad ella compuso un himno para el conservatorio. El formidable título de ese himno imaginario es Canción de las pornógrafas. Yo lo pronuncio en voz alta y después, tragando saliva por la emoción, muestro a la concurrencia una fotografía en blanco y negro donde aparece mi madre muy joven, entre oboes, flautas y contrabajos, vestida con una falda larga. En ese momento mi amigo despertó. Y supo de inmediato, me escribe, que ese sueño era de otro. Del hijo de la soñada. Mi madre, a quien Gabriel jamás ha visto. Que fue, en su juventud, algo pornógrafa. Que, precisamente a los 28 años de edad, volvió a casarse con mi padre tras haberse separado: uno de mis primeros recuerdos de infancia. Y que ese mismo 29 de enero, aunque mi amigo tampoco lo supiera, habría cumplido 60 años. Recuerdo a cierto escritor que, al escuchar el título que un compañero iba a ponerle a su libro, le advirtió: «Acabo de tener una idea en tu cabeza». Aquel título era el que buscaba hacía mucho tiempo. Al final ambos se lo jugaron al póquer. Y ganó el que tenía que ganar. 

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