Los últimos fracasos son esta soledad de ahora más concurrida. Todo al servicio de lo que fluye y el agua deja menos hondo, en la superficie, donde es un privilegio sumergirse apenas para transcurrir como el tiempo. Lo que flota no es una señal despierta. Soy un río dentro de mi cráneo, la nada dentro de mi cráneo. Los últimos fracasos son este amor cáncer y sus derivados. Había que decirle que no y adiós y por consiguiente no te vayas. No te vayas, quién. En mi ausencia digo que la belleza también hace daño y por ese motivo no soy yo escribiendo, ahora. Los últimos fracasos son estas manos diciendo la frontera que hay que cruzar para hacer muerte o el silencio que nunca. En mi cráneo, quiero decir, dentro, está este papel arrugado y tiene razón, todo es precipicio. Soy el río de mí, el río de la enamorada sin dimensiones específicas, la atravesada por el tiempo que no existe (lo aseguro), y mi ausencia. Una vez pregunté en voz alta dónde estoy y abría la boca para comer la calle que camino todas las noches en busca de una sombra compartida. Algo más, pregunto, algo más. Sí, qué felicidad si tuviera la desaparición exacta o la réplica venenosa de un árbol fundado en la prosperidad.