aunque su sangre es cubana,
el verde de los antojos
de la noche suburbana.
Mi tristeza le da risa
como a un niño impertinente
que me quita la camisa
bailando en un bar de ambiente.
Soñó un sueño ultramarino
que no es fácil de soñar,
si los tigres del destino
no te dejan, no se van.
Pero él no les hizo caso,
de bayameses desciende,
y enfrentándose al fracaso
se adentró mares allende.
Hasta pisar Barcelona
no se dio cuenta el chiquillo
que si la bossa no sona
no calientan los bolsillos.
Y aprendió que las cadenas
que le puso el devenir
no son eternas condenas,
que así vivir, no es vivir.
Es feliz con sus canciones,
dinosaurios de juguete,
videojuegos de dragones,
libros de historia, un billete
de ida y vuelta a mis deseos.
Es un niño y es un viejo,
como amante, un bombardeo,
como amigo es un espejo.
Es una explosión de hormonas
con la cordura de un genio
defensor de las personas
alejadas del proscenio.
Su mundo ahora es menos cruel,
desde que ondea en La Habana,
con permiso de Fidel,
la bandera catalana.