Tu habitación luce esas preciosas anotaciones verdes a bolígrafo que prendes de los muros sobre la cama, sobre el escritorio y sobre las libretas de poesía empezadas, creo que tu habitación es un árbol caducifolio en la mitad del silencio que tiene miedo a envejecer y llorar nuestras palabras perdiéndolas, por eso da a luz hojas de hiedra que dicen la verdad y la risa mientras escalan su contínua e infinita pared de sueños. Sobre mí, tu torso radiografiado enseña tu adentro superficial y mientras lo observo adormilado me pregunto moviendo los labios sin voz por qué no hay en esa negra foto rastro alguno de tu corazón rojo, creo, amor, que es culpa de los libros de ciencias. Estás dormida, y al volverme te abrazo sin despertarte con miedo a que el otoño se cierna alevoso sobre el cuarto y empiecen a llover sobre la tierra de la sábana muchas de esas verdes hojas veteadas de nervios a bolígrafo en que alguna vez dije para siempre o que te necesito. Estás dormida, y aún dormida eres capaz de responder a mi mano sobre las dunas vivas de tu estómago tomándola muy fuerte y llevándola a algún hermoso oasis de cabellos de insondables temperaturas y perfumes. No hace frío, huele a tabaco y la única luz es un lujo que ofrecen las farolas de afuera. Mañana me iré, pero eso no importa. Aún es primavera, las hojas ondean con el viento tenue de las rendijas pero no hacen ademán de caer. Te amo y aún dormida eres capaz de volver el rostro y me parece por la curva de tus labios que sonríes antes de morderlos buscando agua en la mitad de la noche. Pienso que la eternidad sucede un sábado a las cuatro de la madrugada y luego es una sirena que se hunde en una noche oscura de olas violentas mientras mira atrás, sonríe, cierra los ojos y espera que la sigas a las profundidades.