Crítica de "Safaris inolvidables" en Culturamas, a cargo de Juan Gómez Bárcena
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Paisajes humanos
En 2009, Fernando Clemot (Barcelona, 1970) se alzó con el prestigioso Premio Setenil al mejor libro de relatos del año con su obra Estancos del Chiado (Paralelo Sur, 2009). Desde entonces, muchos lectores esperaban –esperábamos- con expectación su siguiente libro de cuentos, que no ha llegado hasta tres años más tarde. Por supuesto, en este tiempo Clemot no ha estado cruzado de brazos. Por ejemplo, se ha atrevido a hacer dos incursiones en la novela, con El golfo de los poetas (2009) y El libro de las maravillas (2011). Y tal y como hace apenas un par de meses acabamos de descubrir, este interregno ha servido también para que Fernando urdiera las espléndidas piezas de su libro Safaris inolvidables (Editorial Menoscuarto, 2012), su esperado regreso al género en el que ya se ha consolidado como uno de los mejores exponentes en nuestro país.
Lo primero que sorprende en el libro es su fuerte vocación unitaria. Es éste un ingrediente que tal vez Clemot ha adquirido en su paso por la novela, y que le ha permitido crear una colección cuyos textos pueden entenderse de forma autónoma y al mismo tiempo colaborar en un sentido global. A menudo, una historia que parecía concluida resurge varios relatos después, profundizando aún más en un personaje y dotando de un sentido más rico al conjunto de los textos. Así sucede por ejemplo con la historia de un marinero que es interrogado por su tripulación acerca de la muerte de su capitán o con la del hombre abandonado por su pareja que se evade del dolor de la pérdida a través de un viaje imaginario y metafórico; narraciones que se repiten en varios de los relatos y que se alternan en el libro como trenzas de una misma soga.
Pero la unidad no está sólo construida a partir de la repetición de personajes y tramas. Existe en todos los cuentos una atmósfera común, una cierta luz melancólica que baña la soledad y las obsesiones de los protagonistas, todos los cuales comparten el hecho de emprender un viaje solitario a través de la memoria; de paisajes que acaso sean tan sólo proyecciones de sí mismos. El comienzo del relato “La cartografía de Venus” tal vez sea el que mejor condensa esta idea: “Sigo pensando en un programa que pudiera cartografiar nuestros sentimientos (…) Un ingenio que pudiera recorrer nuestros valles y depresiones, las grietas y los torrentes de aluvión, que pudiera dar luz al último recoveco de nuestra personalidad. Ésta es mi singular quimera: levantar un plano de esa confusa maraña de conmociones que los ilusos y los clásicos llaman todavía alma”.
A mi parecer éste es el propósito de los cuentos de Safaris inolvidables; un libro plagado de personajes que sobrevuelan la cartografía del mundo en busca de su propia identidad, siguiendo el rastro de los recuerdos y sentimientos sobre los que se fundan sus vidas. Paradójicamente, los paisajes en los que se demoran son casi siempre inhóspitos o inaccesibles, pero aún en su desolación –una isla desierta; las profundidades de un lago de Tanzania; la superficie calcinada de Venus- Fernando se las arregla para encontrar en ellos el sentido de la existencia de sus personajes. Algunos relatos están incluso ambientados en lo que Augé denominaría “no-lugares”, y nos demuestran que espacios impersonales como autopistas o vías de ferrocarril también pueden ser humanizados; que podemos sembrar en ellos recuerdos y afectos que los conviertan en parte de nosotros mismos. Una imagen que no me resisto a citar: el largo viaje en autobús a través de Brasil en “Flores del Sertón”, donde el conductor se niega a detener el autocar a pesar de la muerte repentina de uno de los pasajeros, y el resto de los viajeros oficia un improvisado funeral a lo largo del viaje.
Pero la mayoría de los cuentos transcurren en el no-lugar por antonomasia: el ciberespacio. En estos textos, los protagonistas no realizarán un viaje físico: se limitarán a sentarse frente a sus pantallas y usar “el programa”, una especie de Google Earth de gran sofisticación, con cuya ayuda vagabundearán por todos los rincones del globo en busca de los escenarios donde transcurrieron determinados momentos de sus vidas, o de lugares remotos que en ocasiones sirven incluso de símbolo de toda su existencia.
Así son estos safaris inolvidables a los que nos invita el autor; itinerarios imaginarios que nos revelan que todo auténtico viaje es ante todo un viaje mental. Clemot nos guiará en esta ruta con un lenguaje poético, clarividente, sensible a la belleza de los pequeños detalles; rumbo a una experiencia de la que regresaremos con una buena provisión de imágenes, tan vívidas que no parecerán salidas de las páginas de un libro. Un cargamento de esclavos negros, abandonado en la blancura de una isla desierta. El cuerpo desnudo de una mujer, temblando de frío a través del cristal esmerilado de una ventana. Y sobre todo, una mirada que no nos es ajena; la mirada melancólica de un hombre que, al igual que nosotros al leer Safaris inolvidables, trata de revivir en la ficción los viajes que nunca emprenderemos.