—¿A qué se dedica? —Soy escritor. Escribo obras que no se estrenan. Se me da muy bien. (Una mujer para dos de Ernst Lubitsch)
1. No podía ser ahí pero la dirección coincidía. Era una planta baja con una puerta de cristal como la peluquería de barrio a la que solía ir mi abuela. No podría ver el interior; estaba tapado con una cortina de color marrón claro. Llamé al timbre. Era uno de esos pequeño y redondo en forma de pezón blanco. Sonó un zumbido metálico de fábrica de los años treinta. Pensé: «Bueno, al menos no ha sonado una pedorreta o me he pinchado en el dedo ni me ha disparado un chorro de agua a la cara». Alguien descolgó al otro lado, pero no decía nada.
—Vengo a la entrevista de trabajo —dije. Y se abrió la puerta.
Era un local fétido disfrazado de oficina. Un antro más adecuado para poner un bazar o una frutería que aquella empresa moderna de no-se-sabe-qué. Las paredes de ladrillo habían sido pintadas sin demasiado cuidado. De ellas colgaban cuadros abstractos con ojos y figuras que generaban una turbia atmósfera de novela distópica que me ponía los pelos de punta. En la sala había sentados cuatro candidatos: tres hombres con traje y corbata y una mujer lo bastante mayor como para atreverse con la falda corta pero no con el escote. Dije: «Hola». Y me senté en una esquina. Yo llevaba unas Converse negras y una camisa de rayas azul. Abrí mi pequeño portafolios en el que llevaba tres currículos idénticos. Los observé por encima. Los nudos de corbata de aquellos chicos me estaban asfixiando. Había una mancha de humedad detrás de uno de los cuadros. Saqué mi teléfono móvil y escribí a Chuck: «Creo que tenías razón. Es un timo».
2. Dos días antes, había estado buscando ofertas de trabajo por internet. Cansado de no encontrar nada de periodista, probé con perfiles más mediocres como teleoperador o comercial. Tenía un trabajo de cuatro horas diarias que a duras penas me daba para mis gastos. Pensé por un momento que no era mala idea buscar cualquier mierda en la que pudiera ganar algo más de dinero. Lo que fuera que me permitiera trabajar algunas horas más al día. Así que me apunté a un puñado de ofertas sin ni siquiera leerlas y al día siguiente me llamaron:
—Nos interesa tu perfil, ¿te gustaría venir a una entrevista mañana?
—Claro, ¿de qué es el trabajo?
—Ven y te lo explicamos.
—De acuerdo.
No me pareció sospechoso. Yo iba por la vida con una ingenuidad nada acorde con los tiempos que corrían. Se lo conté a Chuck y me dijo que sonaba a estafa.
—No sé. No creo.
—Es imposible que te llamen de un trabajo hoy en día y menos tan rápido.
—Dices eso porque a ti te gusta estar en paro y prefieres quejarte que encontrar.
—Bueno, ya lo verás.
Yo estaba convencido de que todavía quedaba un resquicio de esperanza aunque fuera para ese tipo de empleos basura. Si Chuck tenía razón quería decir que la vida se había encrudecido mucho más de lo que yo podía digerir.
3. Al cabo de diez minutos de tenernos allí esperando, entró una mujer con un portapapeles en la mano y tacones altos. Parecía tan orgullosa de su trabajo como de su movimiento de caderas. En un vistazo rápido era fácil comprobar cómo era la única de allí que sonreía. Nos dijo el orden en el que entraríamos y repartió unos formularios con preguntas del tipo: «¿Por qué crees que serías bueno para este trabajo?». ¿Qué trabajo? Si ni siquiera sabía de qué se trataba. «¿Con qué tres adjetivos te definirías?». Y gilipolleces de ese nivel. El formulario de empresas de la Superpop.
Yo entré el tercero. El despacho era una habitación muy larga con una mesa al final, más sobrio que la sala de espera, con las mismas manchas de humedad. Mi entrevistadora me dio la mano y apretó con fuerza, inclinándola ligeramente por encima de la mía. ¿A qué venía todo eso?
—Bienvenido.
—Hola.
Nos sentamos. Mientras ella ojeaba mi currículo descubrí una pequeña telaraña detrás de la cortina del fondo. El suelo estaba frío.
—Entonces, no estás trabajando...
Fue su primera frase.
—Sí, estoy trabajando.
—¿Estás trabajando? —exclamó sorprendida. Y volvió a mirar el currículo que llevaba ya un minuto mirando.
—Sí.
—Estás trabajando.
—Sí.
—¿Y por qué te interesa la oferta?
—Pues... necesito ganar más dinero.
Era como si aspirara a algo a lo que no tenía derecho.
—¡Ah! Muy bien. Pues... Te cuento.
—Sí.
—Buscamos gente extrovertida para captar clientes para nuestra empresa. Somos un compañía nueva que está creciendo mucho. Sería una suerte para ti trabajar con nosotros.
—¡Ah, qué bien! —dije—. ¿Y a qué se dedica la empresa exactamente?
—Tu labor será captar clientes.
—Sí, pero clientes... ¿Qué tipo de clientes?
—¿Tú crees que serías bueno en el trato de tú a tú?
—Pues... Hice algunas entrevistas cuando trabajaba en La Vanguardia. Así que supongo que no tendría problemas.
—¡Ah! ¿Trabajaste en La Vanguardia?
—Sí.
Y volvió a mirar mi currículo.
—Entonces, tú eres...
—Periodista.
—Ah.
—Disculpa, ¿podría saber el sueldo del que estaríamos hablando para hacerme una idea?
—Bueno... Pues, eso depende.
—¿De qué?
—Depende de las horas que trabajes.
—¿Y sería jornada parcial o completa?
—Bueno, eso ya lo hablaremos.
—Pero, el sueldo es fijo, ¿no? Es decir, no es un trabajo que vaya a comisión por cliente que consiga o algo así...
La tipa cerró su portapapeles de un golpe en seco y dijo:
—Vamos a ver, esto solo es la entrevista. No querrás que te dé todos los detalles del puesto de trabajo.
Joder. Yo creía que de eso se trataba.
—Bueno... Solo quiero saber lo que tengo que hacer y cuánto cobraría para hacerme una idea de si me interesa.
Aquella zorra me miró como si le estuviera pidiendo que me dejara olerle las bragas.
—De acuerdo, pues... Nosotros habremos tomado una decisión dentro de una hora. Si te interesa, llámanos tú mismo y te diremos si estás seleccionado.
Me quedé mudo. No entendía nada. Solo pude decir: «De acuerdo».
Al salir de allí, sentí rabia e impotencia por cómo me habían hecho perder el tiempo. Pero me sentí peor al pensar que si no hubiera tenido trabajo, si de verdad lo hubiera necesitado, como le pasaba a otra gente, no habría tenido más remedio que aceptar sin conocer las condiciones.
—Sí.
—Buscamos gente extrovertida para captar clientes para nuestra empresa. Somos un compañía nueva que está creciendo mucho. Sería una suerte para ti trabajar con nosotros.
—¡Ah, qué bien! —dije—. ¿Y a qué se dedica la empresa exactamente?
—Tu labor será captar clientes.
—Sí, pero clientes... ¿Qué tipo de clientes?
—¿Tú crees que serías bueno en el trato de tú a tú?
—Pues... Hice algunas entrevistas cuando trabajaba en La Vanguardia. Así que supongo que no tendría problemas.
—¡Ah! ¿Trabajaste en La Vanguardia?
—Sí.
Y volvió a mirar mi currículo.
—Entonces, tú eres...
—Periodista.
—Ah.
—Disculpa, ¿podría saber el sueldo del que estaríamos hablando para hacerme una idea?
—Bueno... Pues, eso depende.
—¿De qué?
—Depende de las horas que trabajes.
—¿Y sería jornada parcial o completa?
—Bueno, eso ya lo hablaremos.
—Pero, el sueldo es fijo, ¿no? Es decir, no es un trabajo que vaya a comisión por cliente que consiga o algo así...
La tipa cerró su portapapeles de un golpe en seco y dijo:
—Vamos a ver, esto solo es la entrevista. No querrás que te dé todos los detalles del puesto de trabajo.
Joder. Yo creía que de eso se trataba.
—Bueno... Solo quiero saber lo que tengo que hacer y cuánto cobraría para hacerme una idea de si me interesa.
Aquella zorra me miró como si le estuviera pidiendo que me dejara olerle las bragas.
—De acuerdo, pues... Nosotros habremos tomado una decisión dentro de una hora. Si te interesa, llámanos tú mismo y te diremos si estás seleccionado.
Me quedé mudo. No entendía nada. Solo pude decir: «De acuerdo».
Al salir de allí, sentí rabia e impotencia por cómo me habían hecho perder el tiempo. Pero me sentí peor al pensar que si no hubiera tenido trabajo, si de verdad lo hubiera necesitado, como le pasaba a otra gente, no habría tenido más remedio que aceptar sin conocer las condiciones.