Jorge J. Molina, (Granada 1981). Poeta por instinto, aunque dice escribir menos de lo que le atenaza, para no tensar la tecla y convertirse en una saudade reincidente. Patea los textos hasta el sótano, los somete en un corredor de lirismo apasionado, y salva únicamente aquellos que se retuercen, pecan e irredentos mueven al lector por dentro.
Su blog: Mester de Paganía , poesía y otras ruinas
A N. que plegó el mar
Por quienes huyen del sol
con la luna en sus ojos
la noche ha cerrado cavernosa
su boca.
Quizá una playa ondulante busca,
mientras quema todos los puertos,
una corriente que devuelva sus orillas.
Y todas las respuestas fueron cinturas
con un rastro salado de espuma.
Las preguntas un desvelo furioso
con el huidizo idioma de tu gesto.
Pero el dolor tiene aspirinas grises
y gabardinas de todos los tamaños
para cubrir la piel que,harto acanalada,
no soporta más días de tedio y lluvia.
Quizá no supe decirte con el mar
a nuestras espaldas,
sin la noche caliente y cavernosa
en la boca,
que mis dientes viajan hendidos en tu cintura,
y que un mordisco de luz cenital
buscaba pieles en tu espalda
donde dejar caer
la pálida rosa de nuestra saliva
como playa que se doblega ante el sol
para ensayar su oleaje ritual sobre las sábanas.
Qué difícil decirte que mi ciudad,
aun sin mar,
navega a la deriva.
con la luna en sus ojos
la noche ha cerrado cavernosa
su boca.
Quizá una playa ondulante busca,
mientras quema todos los puertos,
una corriente que devuelva sus orillas.
Y todas las respuestas fueron cinturas
con un rastro salado de espuma.
Las preguntas un desvelo furioso
con el huidizo idioma de tu gesto.
Pero el dolor tiene aspirinas grises
y gabardinas de todos los tamaños
para cubrir la piel que,harto acanalada,
no soporta más días de tedio y lluvia.
Quizá no supe decirte con el mar
a nuestras espaldas,
sin la noche caliente y cavernosa
en la boca,
que mis dientes viajan hendidos en tu cintura,
y que un mordisco de luz cenital
buscaba pieles en tu espalda
donde dejar caer
la pálida rosa de nuestra saliva
como playa que se doblega ante el sol
para ensayar su oleaje ritual sobre las sábanas.
Qué difícil decirte que mi ciudad,
aun sin mar,
navega a la deriva.