desvivirse


La muerte no se ocurre, no se aparece vestida de noche ni acontece
ni surge ni desciende ni tiene ojos amarillos de gata ni musita verdades
ni huele a perfumes franceses ni a pimienta ni a fracaso ni a motel
ni abre las piernas sacando la lengua brillante con un dedo en el culo
descalza sin quitarse las botitas de tacón.

La muerte no, pero sí. Y a cada momento, sin nombres.

¿No viste que a ti la muerte ya te murió tantas veces?
¿Acaso no se te murió ya un amor de muerte alguna vez diariamente
como bello y frágil pez dorado que relampaguea bajo el agua limpia
y que al quebrarse la gloria de su pecera queda dando saltitos patéticos
buscando oxígeno en las olas de la alfombra del salón?

Eso es una minúscula muerte que no es muerte y también es la muerte gigante de todo.

¿Acaso no te mueres, amor, cuando lloras?
Dime si no mueres cuando lloras o es que vives más de lo que puedes
y soy yo el que se muere o no puede vivir lo que quiere si te ve llorar.

La muerte no es la muerte, es un nombre tan sólo,
otra palabra difusa con que hacer rimar otro petulante verso de la vida.
No ocurre, no está llegando, no es los esqueletos de tu armario,
no aparece cortando con su guadaña tu nombre y las flores lindas del balcón.

La muerte no es la muerte, es un nombre tan sólo
para decir este daño de verte llorar y no existir yo lo suficiente
para arrancarte las lágrimas del rostro y hacerte pueriles origamis de felicidad.

De niño me enseñaron que morir es no vivir y eso crecí pensando.
Hoy sé que morir es lo que llevo haciendo tanto tiempo y a diario,
porque morir no era no vivir, amor, era vivir no estando contigo.


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