Se me ha dormido el brazo, Lola. Ponte aquí, bonita, aquí cerquita. (respiro) Quiero contarte que hoy ya soy un hombre que duerme.
Quiero contarte que a la tarde ando muy lento y cabizbajo toda la avenida del zoológico. Que bestias indeterminadas tras los muros rugen o lloran o truenan como concretos monos con cuerpo de concretos leones y concreción de concretos hipogrifos. Que a mí ya se me ocurre una nueva tontería lírica: esta ciudad civilizada, incapaz de contener tu recuerdo asilvestrado, sí contiene a lo salvaje como un amor que forcejea en una jaula donde cada barrote es una lección bien aprendida...
¿Estás bien así, bonita? Ponte así si quieres. (respiro)
Por la avenida del zoológico los animales van por dentro de los muros, vida mía. Afuera sólo hay árboles calvos que preñan los bordes de la vía de hojas muertas más quebradizas al paso de las bicicletas públicas, los tacones y el tranvía que al peso del amor. Date cuenta que la vida va por dentro de los muros, amor, donde las hojas se amontonan quebradizas bajo el cuerpo desnudo de monstruosos mamíferos ajenos al café y a las palabras.
hhh, espera.
Quiero contarte que tu cuerpo sabe a agua si no estás y a cola dulce si estás presente, y que yo siempre estoy dispuesto a jugar contigo a los desiertos porque a todo estoy dispuesto si es de ti. Quiero contarte que puede beberse de tu yo aparente un tú que es el caño de un manantial que mana abundante de esa preciosa planicie con forma de cumbre que un mal viento hizo hace tanto ya de tu alma secreta y erosionada, y que puede beberse sin tregua y también sin sed alguna porque todo puedo beber sin sed alguna si es de ti. De verdad, te lo prometo.
hhh, espera, Lola, espera. hhh (respiro)
Quiero contarte hasta uno con todos los dedos de los que un hombre es capaz abriendo las manos desesperadamente y decir uno como quien abarca el infinito.
Y ahora que estás dormida, amor, quiero contarte de nuevo que hoy ya soy un hombre que duerme, ahora que lo entiendes y sonríes con los ojos cerrados y afuera del zoológico sólo hay árboles calvos que preñan los bordes de la vía de hojas muertas más quebradizas al paso de las bicicletas públicas, los tacones y el tranvía que al peso del amor.