Dos escritores célebres mantienen correspondencia epistolar entre los años 2008 y 2011. Uno vive en Australia y el otro en Nueva York. A veces recurren al fax. Lo del fax es un detalle; lo mismo podían haber enviado sus notas en paloma mensajera. Se conocieron, sin duda, en algún sarao literario. Ese llamado "diálogo epistolar" acaba conformando
un libro. Lo he leído mientras reposaba una gripe, hace un par de semanas. Con una gripe encima no iba a leer a Heidegger. Son dos escritores no precisamente jóvenes; uno de ellos tecnófobo declarado, presume de una ignorancia absoluta en todo lo relacionado con los ordenadores e Internet ("tu carta apareció en el ordenador de Siri"). Este es un hombre que tiene poca pinta de escritor; nos lo imaginamos bajando de un camión o de una grúa o vestido de policía. Por las mañanas sale de casa temprano y se va a trabajar a un estudio que tiene. Al mediodía baja a por un sandwich y vuelve a encerrarse. Todo ellos en su barrio de Nueva York. Escribe a máquina y es uno de esos escritores barojianos con los pies en la tierra; escribe fácil y sin muchas mariconadas metafísicas. Eso sí, cree a pies juntillas en un azar mágico, y su obra, más o menos, parte de ahí. Si le salen cosas raras es porque pasa mucho tiempo solo. Podríamos decir que es un romántico; añora un mundo que ya no existe o que casi no existe. El otro es un personaje más frío e indiferente a esos detalles de intelectual nostálgico. Lo de usar máquina de escribir a estas alturas le parece una parida. Es también más intelectual en cierto sentido, pero escribe escueto y claro. No es un hombre de su tiempo, como podría parecer (supongo que ningún escritor lo es, por mucho que insistan algunos en describir supermercados y personajes obnubilados con anuncios de la televisión), pero ya parece estar de vuelta de todo. En ese sentido es más lúcido que el otro. Parece menos implicado en su papel de burgués culto rodeado de barbarie y analfabetismo. Ambos son hijos de Beckett (del que hablan varias veces), pero a éste, al hombre frío, al que vive en Australia, se le nota más. Espera menos del mundo. Físicamente es más fino, delgado, con una barbita de señor estudiado con muchas hijas. Por las cartas que manda al otro, sobre todo en respuesta a los temores y denuncias que el otro expone en sus cartas, da la impresión de que, sin ser un cínico ni un conformista, señala sin sobresaltos la realidad despojada de cualquier sentimentalismo o épica. Es la suya una realidad de entomólogo; en cierta medida parece ajeno a las ficciones de la realidad. De ahí que sus cartas sean más interesantes. El escritor es alguien que desmonta las ficciones habituales de la realidad. Para ello, quizá, fabrica otras ficciones que ponen en evidencia esas ficciones mantenidas por todos.
El 29 de agosto de 2011 escribe sobre el conflicto en Libia:
"Querido Paul: [...] Por supuesto, la euforia de las calles de Trípoli, igual que la euforia de las calles de El Cairo, morirá en cuanto la gente se tope con la realidad de los sueldos sin pagar, los cortes de electricidad y las basuras sin recoger. Y no hay duda de que el régimen que sustituya a Gaddafi será venal y corrupto y tal vez incluso dictatorial. Pero por lo menos esos jóvenes que ahora van a toda velocidad en sus camionetas Toyota, disparando sus Kalasnikov al aire, tendrán algo que recordar durante el resto de su vida, algo que contarles a sus nietos. ¡Días de gloria! Tal vez ese sea el sentido de las revoluciones, tal vez eso sea lo único que hay que esperar de ellas: un par de semanas de libertad, de regocijarse en la propia fuerza y belleza (y en el hecho de que te amen todas las chicas), antes de que los viejos canosos reafirmen su control y la vida regrese a la normalidad."
Digamos que
uno sueña y
el otro no duerme.