Me ha ocurrido con Los miserables (adaptación del musical inspirado en la novela, y no directamente en la novela: no olvidemos este dato a la hora de juzgar la película) suele pasarme con todos los musicales cinematográficos: me entretienen, me divierto mucho con ellos pero, por lo general, no vuelvo a verlos ni en televisión ni en dvd. Una vez que salgo del cine, se acabó. Salvo en dos o tres excepciones: Jesucristo Superstar y West Side Story, que jamás me cansaré de revisar. Y cada musical, para mí, suele depender de las canciones, de los números y las coreografías, de si el tema en cuestión tiene la suficiente fuerza para ser recordado al salir del cine.
En Los miserables conviven, pues, momentos antológicos (el lamento de Fantine, una Anne Hathaway maravillosa en todos los sentidos; las intervenciones del niño Gavroche; la primera aparición de Valjean, con un Hugh Jackman que parece cada vez más gigantesco; el tema que cantan todos a coro antes del asalto a las barricadas, creo que se titula “Un día más”; el momento en que Marius y Cosette se encuentran en el jardín y, al fondo, se vislumbra a una herida Eponine; la química entre el señor Thenardier y señora) con momentos muy flojos o directamente aburridos (sólo hacia el final me gustó Russell Crowe, y sus monólogos cantados no suelen estar a la altura de los de Jackman o Hathaway… tal vez porque le falla la voz; en bastantes de esos monólogos uno aguarda con impaciencia a que terminen; tampoco destaca interpretativamente Amanda Seyfried, aunque es un placer verla).
De modo que uno debe acercarse a Los miserables sólo en uno de estos dos casos: si le gustan los musicales; y si, lector y amante de la novela de Victor Hugo, es capaz de asumir que estamos ante la versión cinematográfica de la obra que se representó en los escenarios.
Por otro lado, me sorprendieron la dirección y la puesta en escena del director: mucha mugre, mucha suciedad, mucho giro de cámara, entre otros detalles que proporcionan cierta sensación de locura y de miseria.