Comer una croqueta

Estaban las calles desangeladas, no digo yo que feas. No, al contrario quizá. Todos los bares en penumbra, con la televisión. Esa penumbra que antes era intimidad, diseño incluso, ahora es miseria, tristeza, bostezo, no se sabe si de hambre o sueño. Me gustaba entrar en un bar, antes, cuando entrar en uno y tomarte algo implicaba tener cambio para el parking. Ahora pagues con el billete que pagues nunca tendrás cambio para el parking y mucho menos para tabaco. Te ponen con la bebida una loncha de salchichón sudoroso y un par de croquetas arruinadas y huecas, con la espuma del aceite fosilizada. Por hacer algo lees el artículo de Sostres con la tele de fondo. Escribe sobre el divorcio, sobre el deber de un padre para con su hijo –sobre todo con su hija, repite una y otra vez–, sobre el egoísmo e inconsciencia paterna y en definitiva sobre la destrucción del mundo. Lo titula así; Destruir el mundo. Creo recordar. Menta a Dios, incluso. Cuando recupero el sentido veo a mi hija comiéndose una croqueta.

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Para compensar tanto empalago de raza fina nos sale hoy al paso la noticia de unas declaraciones de Morrissey, ese dandi tan british y tan cabreado siempre. Se ha ganado a fuerza de buenas canciones el derecho a maldecir a los guapos, a los reyes y a Madonna, entre otros.

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