A mí me gustaban las matemáticas de la EGB y la hija de los amigos de mis padres que me las explicaba al llegar a casa. Aprendí a hacer raíces cuadradas gracias a la menta de sus chicles; supe que el máximo común divisor vestía de blanco al final de sus muslos; y comprendí gracias al escote de sus camisas que toda ecuación que se precie también tiene, aparte de la X, una Y como incógnita para despejar.