Christopher Hitchens: Mortalidad.
Debate (2012), traducción de Daniel Gascón.
Christopher Hitchens fue un brillante orador y un autor plural y prolífico. Falleció de cáncer de esófago en diciembre de 2011, pero mientras habitó Villa Tumor (sic), continuó escribiendo. Algunas de sus reflexiones fueron recogidas en esta obra inconclusa, Mortalidad.
Más allá del ateísmo, Hitchens se considera a sí mismo antiteísta: creer en un ser supremo es una idea totalitaria que destruye la libertad individual. Y más allá de la muerte digna, cavila sobre la situación de no haber muerto: el nivel de atenciones médicas no tiene precedentes pero, por ello, se sufre obligatoriamente por más tiempo.
Atacado por el dolor, recuerda a Nietzsche y se ríe de su voluntad de poder. El sufrimiento agudo te aniquila, no te hace más fuerte. El poder, la gloria (si los hay), aparecen solo en los intervalos libres de lucha y de tormento.
Junto con la pérdida de facultades mentales, lo más duro para Hitchens es la pérdida de voz, que vincula íntimamente con la identidad y la vida: «Como ocurre con la salud, la pérdida de la voz no puede imaginarse hasta que se produce». Sin duda hay voces poco atractivas, entonaciones molestas, mensajes inútiles, sonidos agresivos. Perder la voz es dejar de contribuir a ese ruido, pero también dejar de ser quien eres, dejar de ser alguien. Lo inaudible está muy cerca de lo invisible.
Morir de enfermedad es, al cabo, lo que una persona sana hace a un ritmo más lento. Lo importante, «escapar de la ilusión vana antes que de cualquier otra cosa».
El libro carece de despedida formal y finaliza con un epílogo de su esposa. Agrego estas palabras: Solo quiero una puerta cerrada/ Una puerta cerrada/ y un poco de silencio. (Anónimo)