BLOODY CHRISTMAS












BLOODY CHRISTMAS



No me gusta la Navidad. Pero, ¡me encanta que os agrade! Este relato tiene mucho sentido del humor.

Nos cuenta las peripecias familiares de los Smith en la cena de Nochebuena: seguro que os desternilláis leyéndolo. Felices Fiestas y Good 2013.

                                                Ann@ Genovés



BLOODY CHRISTMAS

Dorothy Smith, terminaba de adornar el abeto navideño de su hermoso chalet de Miami.

Era Nochebuena y toda la familia se reunía a cenar en su casa. Justo, hacía diez años que su esposo les había dejado, y aunque sus hijos se llevaban de pena, como aquel: una vez al año no hace daño. Querían seguir con la tradición familiar.

El matrimonio Smith, aumentó con el nacimiento de Saúl, el primogénito de la familia –al año siguiente de su boda-. De eso hacía la friolera de cuatro décadas. En la siguiente Navidad, se unió al triángulo Bill -el hijo mediano-. Pasó un lustro hasta que llegó Peter -el peque de la familia.

Fueron cinco, durante sendas Navidades, hasta que Saúl se casó con Telma. Y, la familia, volvió a crecer año tras año… Primero con el hijo de ambos, Saulito. Seguido, con Mirian, la esposa de Bill. Al año siguiente, fue Minnie; el retoño de la pareja quien se unió a las fiestas. Y, consecutivamente, Helen la novia de Peter y sus mellizos.

Desde la llegada, de Helencita y Johnny –los gemelos- el clan había permanecido –inmutable- con doce miembros: el número perfecto, según Dorothy. Una docena de personas sonriendo con hipocresía.

Eran las nueve de la noche cuando Dorothy, –auxiliada por Telma y Mirian- sacaban los suculentos manjares a la mesa. Dothy –como cariñosamente la llamaban- es la anfitriona perfecta. Pese a ser sesentona, todos la envidian; su look de lo más “cool” y su belleza sigue sempiterna: la mismísima Jessica Lange en “American Horror Story".

La cosa prometía: todos estaban muy amables. El primer plato estaba finiquitado. Comenzaban con el segundo, cuando Saúl empezó una azarosa discusión con su cuñada Helen. La cosa terminó con el cuchillo jamonero sobre la mano de la mujer.

-          ¡Ayayayayayyyyyy!!!!

Chilla Helen –con la mano ensangrentada. Mientras un par de dedos –como las ancas traseras de las ranas cuando las cortas- bailaban sobre el mantel.

-         ¡Cógelos! Vamos al hospital a que me los injerten. ¡Ayayayyy!!! ¡Malnacido!

Pero, Bill –el mediano, protegiéndola- está dándole puñetazos a su hermano. Y, para rematar: le clava el tenedor en un ojo. El silencio inunda el salón… Saúl cae sobre la alfombra.

Dothy quita leña al asunto:

-              Tranquilos hijos… A Helen le coso los dedos, yo. Después, me encargo de Saúl… Tú, tranquilo, hijo mío –le dice- ya sabes que mamá fue enfermera.
-         Madre, no te preocupes por mí; soy un guerrero, como el papá –sujeta el tenedor y (de un solo estirón) se lo saca, sin tan siquiera emitir un chillido.

La sangre riega su rostro, pero la reemprende con su hermano, deteniendo la hemorragia con una servilleta. Lo mismo que utiliza Helen –desde el sofá, mirando la escena- para sus dedos.

La mesa se ha convertido en un campo de batalla. Están lanzándose panecillos, verduras, platos y enseres.

-                   ¡Hija de puta! Cómo mi padre se quede tuerto, te juro que te saco un ojo con mis propios dedos –vocea Saulito a su prima Minnie.
-          No te atreverás. Si me tocas -grita la niña- te juro que te meto un cuchillo por la boca.

Los gemelos, que tampoco se soportan, se retuercen el pelo y Telma la emprende con Mirian: están pegándose zarpazos como verdaderas leonas.

Nadie se da cuenta que Peter –el hermano pequeño- ha desaparecido…

-                  Te odio, ¡guarra!
-         Y yo a ti, ¡cabrona! –se instigan (mutuamente) las damas convertidas en fieras.
-         Voy a dejarte la cara como un mapa. Ni el mejor cirujano, del mundo podrá arreglártela –grita Telma.
-         Pues yo, te voy a filetear ese culo gordo y seboso que tienes. No sé para que hemos venido si nos soportamos y siempre acabamos igual. ¡Cerda! –Brama Mirian.
-         ¡Ah, sí! Habéis venido porque no tenéis donde caeros muertos y, aquí, con toda vuestra jeta… A pedir dinero. ¡No os daremos ni un puto dólar!

De repente, suena un disparo en el piso de arriba. Segundos después, Dothy se asoma a la barandilla –de madera repujada- que bordea la escalera de mármol de Carrara. Pistola en mano:

-                  Aquí hay un problema más grave… Helen olvídate de tus dedos y tú, Saúl. El mayor lerdo de mis hijos: olvida tu ojo. Peter está muerto; estaba robando las joyas de la familia. Cuando lo pillé; me dijo que si decía algo se pegaba un tiro…
-     Y ¿qué ha sucedido madre? –interfiere Saúl con una mueca de sorpresa.
-     Después… Después, me lancé sobre él. Tuvimos una disputa y, accidentalmente –durante el forcejeo- el revólver se disparó. El caso es que está en medio de la habitación con un tiro en la barriga.
-         Dothy ¿cómo has podido? –Manifiesta, Bill.
-         No estoy segura de lo que pasó… Sólo me defendía: os lo juro. Claro, que con los antecedentes de tu padre. Justo, la Nochebuena de hace diez años...
-         ¿Qué pasa con él? Nadie lo recuerda... Quedó claro que tú no fuiste. El ventanal, se le cayó encima, mientras estaba –haciendo sus necesidades- en el inodoro. Con tan mala suerte que, una enorme esquirla de cristal, lo decapitó. 
                     




-                   Sí. Pero, me hicieron muchas preguntas…
-      Madre, está claro que es imposible que la ventana se cayera, así porque sí. Alguien tuvo que aflojar las bisagras…
-         Yo no fui... –Contesta la matriarca con el rostro enajenado y los ojos como platos.
-     Eras la única que estaba en casa. Por eso fuiste la principal sospechosa. Además, sabían que te maltrataba –afirma Saúl.
-          Dejémoslo estar…    ¿Qué propones que hagamos? –Secunda Bill.

-                  Lo mejor será que llamemos a la policía –insinúa Helen.
-     ¡De eso nada! Todos, ¡chitón! –Vocea Dothy con voz autoritaria. Descuartizaremos a Peter y lo echaremos en los Cayos. Los cocodrilos harán el resto. Tú, Helen –le dice a la viuda- ni rechistar. Estabas de tu marido hasta el moño. Sé lo de tu último amante. El capullo de Bill, por eso te ha defendido a capa y  espada.
-          ¡Traidora! –le grita Mirian fulminándola con la mirada.
-          Tú a callar, qué no eres una santa. Todos a echarme una manita. ¡Ya
           está, solucionado!
-     Después, acabaré contigo. Con los dos –vuelve a gruñir Mirian, dirigiéndose a su marido y a Helen.


-                  ¡No harás nada! –Zanga Dothy-. ¡Hala! Manos a la obra.

Lo bajan por la escalera –enrollado en la alfombra de cachemires del dormitorio-. Saúl va delante, sujetándole los pies y Bill, detrás, portando la parte superior. Dorothy guiándolos. La cabeza de Peter pende hacia atrás.

Acabada la faena, Dorothy saca varios plásticos y los reparte…

-                 ¡Venga! Metamos los trozos en estos sacos. Hemos hecho un trabajo estupendo. Alto, Saulito. La cabeza se queda en casa.

-                  ¡Caray, madre! ¡Qué obsesión con las cabezas! –Manifiesta Saúl con mala leche.
-          Bueno, la de tu padre la sesgué por salvar el pellejo de la familia. Era un mal bicho. Nos arreaba a todos menos a Peter... Su preferido en muchas cosas, incluso compartiendo la cama.
Helen rompe a llorar.
-            Y ¿A ti, qué te sucede, pequeña zorra? Cómo si no lo supieras. Te casaste con él porque tenía dinero. Cuando se le acabó, detrás de un amante has tenido otro. Hasta su hermano… ¡Qué más da si él también los tenía! Aunque, fueran de su parentela…
-       Si no lloro por eso –manifiesta Helen-. Es que mis dedos ya no se pueden trasplantar. Y, luego está tu empeño con las cabezas. Las cabezas, las cabezas... ¡Buaaa!!! ¡Buaaa!!!
-         ¿Las cabezas? –Pregunta Telma, bastante lenta de reflejos.
-        Sí, las cabezas –repite Helen-. ¿No te acuerdas? Guillotinó la de su esposo; y después, una vez sepultado, hizo que lo exhumáramos y la entierró en el jardín, separada del cuerpo. Ahora, quiere que guardemos la de Peter… ¿Para qué la quieres? ¡Buaaa!!! ¡Buaaa!!!
-         ¡Deja de llorar, zoquete! La quiero, para darle un entierro digno… Lo mismo que la de su padre. Una sepultura decente y a mi vera. ¡Así les pongo flores cuando me apetece! –Vocea Dothy, como una posesa.
-      ¡Snrr! ¡Snrr!… Si la dejamos en el jardín, la pueden encontrar… –Musita, Helen, tras sonarse.
-      ¡Mira que eres mastuerza! No recuerdas mi película preferida, ¿o qué?
-        ¡Cómo voy olvidarla si la pones todas las Nochebuenas! “Quiero la cabeza de Alfredo García” de tu amado Sam Peckinpah.
-         Pues, entonces, ¡idiota! Sabrás que una cabeza puede pasar todo lo desapercibida que quieras. El jardín es grande, caben unas cuantas –la mira de reojo.
-         ¡Buaaa! ¡Buaaa! –Sigue sollozando Helen.
-       ¿Quieres que metamos, de paso, la tuya y la de tus cerditos? –Sugiere Dothy observándola junto a sus gemelos. Mientras el resto de la familia levanta los cuchillos ensangrentados.
-  ¡Snrrrrrrrr!!! No, ¡por Dios! –Finiquita Helen tras sonarse estrepitosamente.
-         Deja a Dios en el cielo, que allí está muy requetebién. ¿Estás o no con nosotros?
-         Nada, nada, a echarlo a los Cayos. ¡Hale niños, a ayudar a la abuelita! –Ahúsa a la parejita de monstruitos que se cobijan entre sus faldas, secándose las últimas lágrimas.
Sacan a Peter –troceado- en diferentes bolsas. Las meten en la camioneta; se suben, la ponen en marcha y –durante el trayecto- empiezan a cantar villancicos… Forman una coral siniestra que canturrea “Jingle Bells” con sonrisas macabras y alguna que otra mancha sanguinolenta, en sus engalanadas ropas.
A pocos kilómetros, aparcan en una zona cercana a los “Florida Keys”. Una a una, van sacando las bolsas con los restos descuartizados de Peter. Dothy, delante –linterna en mano.
-      A ver, no nos acercaros mucho que por aquí hay demasiados cocodrilos…
-         Tranquila, madre –dice Saúl- lo sabemos…
-      Pues, ¡allá vamos! Antes de comenzar a echar los restos, “mater familias” asesta diversos tajos a las bolsas para que –una vez en el agua- vayan saliendo los trozos de carne que serán el manjar navideño de los reptiles. 



-            Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y ¡doce! Ya está. ¡Bravooo!!! –Palmea, Dorothy, pegando saltitos.
-          Mamá que era tu hijo –manifiesta Bill.
-          ¿Y qué, o es que tú no le tenías celos?

Unos ruidos los alertan…

-                  ¡Cuidado! Enfocar hacia los manglares –todas las linternas se dirigen hacia los arbustos.

Una marabunta de aligátor comienza a zambullirse en el agua. A los pocos minutos, empieza un baile salvaje para ver quién se lleva la mejor parte.

-                     Jua, jua, jua… ¡Adiós, querido hijo!
-           Jejejeee… ¡Adiós, querido tío!
-           Jijijijiiii… ¡Bye, bye,  amado hermano!
-           Hasta nunca, amado esposo.
-           Papi, eras feo y no te queríamos. Allí serás más feliz…
-         ¡Cuñado, polla floja y enana! Quise que me la metieras y no lo hiciste   ¡qué te den!
-          ¿Qué has dicho, Mirian? –interpela Bill.
-     ¿Acaso tú no te lo montabas con Helen, su querida viuda? Por nombrar alguna de tus amantes…
-          Está bien, está bien. Ya lo sabemos, en nuestra familia ¡viva el totum revolotum! ¡Viva la anarquía!  Jajajaaa… Jajajaaa… Jajajaaa… –Replica el marido riendo, histérico.

Acabado el ágape réptil, la familia, vuelve a casa entonando “Santa Claus is coming to town”.

Terminan la cena. Pero, la noche no acaba bien…

Días después, hallan las cabezas del grupo -exceptuando la viuda y sus gemelos. Los cuerpos nunca se encontraron.

Existe una leyenda urbana que cuenta lo siguiente…

El abuelo volvió de la tumba para acabar con los fratricidas. Se le ve pasear –todas las Nochebuenas- sujetando, con la mano izquierda, su cabeza. En la derecha, la ristra de cráneos de los asesinos…

Y, colorín colorado... Este cuento se ha acabado.

-          Ahora, queridos niños. Ya sabéis porqué nunca celebramos la Navidad. No siempre sale como uno quiere. Los mayores somos complejos, decimos mentiras, reímos las gracias de unos para, después, insultarles cuando no nos oyen. ¡Me gustaría que nunca crecierais! ¡Qué nunca fuerais mentirosos! Si no os crecerá la nariz. Je, je, je… –Hace cosquillas a los peques que ríen descontrolados.

Pasados los minutos de jolgorio, prosigue la charla:

-        ¡Aja! Mami, te prometo que no diré mentiras –asiente la niña moviendo la cabeza.
-          Así me gusta, que seas obediente.
-          Y tú Johnny…
-      Ma, el cuento me chifla y tampoco diré mentiras. Por eso voy a preguntarte una cosa…
-          Dime, cariño, dime.
-          A ti, ¿también te cortaron los dedos de la mano con un cuchillo?

Helen, esconde su mano derecha –con sólo tres dedos- en el bolsillo.

-           No cariño, no. Nací con ese pequeño defecto. Además, ¿no me lo habías preguntado antes?
-          ¡Niñosss!!! ¡Helen!!! –Se oye una voz grave que proviene del jardín.

Se acercan a una de las cristaleras que rodea la vivienda...  Y, observan horrorizados, al abuelo paseando –cerúleo- con su testa bajo el zurdo y siete cabezas a rastras –enganchadas por medio de unas ganzúas- en la otra mano. Va desnudo. Tan sólo dos complementos: en los pies, unos calcetines negros y sobre el tronco; un sombrero de copa con una rama de muérdago.

La cabeza tararea sus nombres y la siguiente estrofa:

-                  Sé que estáis ahí y voy a por vosotros... ¡Os encontrarééé! Vaya, que sí.


Lo niños van a chillar y Helen les tapa la boca.

En un flashback que la hace retroceder a una situación repetida –en su mente-, una y otra vez. Se ve diez años antes: igual vestido con escote en la espalda, idéntico peinado con rodete bajo, el mismo esmalte de uñas…

Se mira en un espejo y grita con todas sus fuerzas…

-                 !!!!!!!!!!Ahhhhhhhhh¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ ¡¡¡¡¡¡¡¡¡Nooooooo!!!!!!!!! –Seguido, se tapa la boca.

Su reflejo es fantasmal; ojos desorbitados, rostro cadavérico –con la masa encefálica desparramada por uno de los laterales. Entonces, recuerda el verdadero suceso…

Tal como lo ha relatado, salvo un hecho. Cuando regresaban de “Florida Keys”, cenan; después, inician la ceremonia del entierro de la cabeza. El abuelo aparece, en ese instante, con un hacha: su fuerza es descomunal.

Uno a uno, los degüella. Helen coge a sus mellizos y se esconden en la residencia. El espectro, los busca hasta el amanecer. No les encuentra. Se ha deshecho de los cuerpos, de la misma forma que se hizo con Peter.

La viuda va a llamar a la policía… Pero, cae en la cuenta que, en su afán por hacer callar a los niños: los ha asfixiado. Entonces, se pega un tiro.

Todos los 24 de diciembre se repite la misma historia.

Ann@ Genovés
21/12/2012

BLOODY CHRISTMAS
Forma parte de “Cóctel de Letras”
Con Sol. REGISTRO PROPIEDAD INTLECTUAL

V-1825-12







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