Una pistola en cada mano (2012), Cesc Gay
Por Juan Laborda Barceló.
Una melodía juguetona, que sirve de introducción a cada historia, nos avisa desde el primer momento de que estamos ante un juego de espejos. Nada es lo que parece a primera vista en este bonito ejercicio de reflexión generacional.
Personajes heridos, descreídos de sí mismos y de los mundos que han creado aferrados a sus pasiones, recorren las calles barcelonesas (aunque podrían ser las de cualquier ciudad española).
El catálogo de miserias humanas es cercano por reconocible: la lejanía irresoluble con un buen amigo, la angustia vital, el miedo irracional, la pérdida justa de la pareja, la necesidad acuciante de sexo extramarital…no son más que hojas desprendidas del árbol del desencanto. La quiebra de las ilusiones, manifestada en una carencia de sentido vital, es el eje de este largometraje.
Los españoles, preferiblemente varones, nacidos entre mediados de los sesenta y los setenta, mayoritariamente de clase media, más o menos leídos, presumiblemente cultos, aburguesados hasta el extremo y endiosados por nuestro ego, nos hemos dado de bruces con una realidad que no esperábamos. La incomunicación real, la desidia y la inconsciencia que el film refleja, no nos ayudarán a cambiarla…
Personajes de vuelta de todo, bien trazados, afilados en sus matices y muy bien interpretados son el vehículo del “sinsentido” existencial. Ellos, como nuestra sociedad, se han construido una imagen idílica de sus propios sueños, que no tienen cabida en la realidad.
El trago es amargo, el fondo de la melodía también…