ENGLAND: Exeter

"Speed, it seems to me, provides the one genuinely modern pleasure" (Aldous Huxley)


MULA
Entendí que decía «sushi», del resto no entendí nada excepto la otra palabra fácil: «bingo». Así que imaginé que íbamos a un restaurante japonés en el que jugaríamos al bingo durante la cena. «¿Qué coño les pasa en este país con el bingo?», pensé. Josh caminaba deprisa a todas partes. Yo seguía de vacaciones y me costaba aceptar su urgencia, pero no tenía otro remedio que andar a su ritmo. Salimos de su casa treinta minutos antes de la hora acordada. Vivía en un piso de estudiantes limpio y lujoso, en consonancia al nivel de vida de un alumno inglés de la Universidad de Exeter. Pasamos por un callejón estrecho. «Es un atajo», me dijo. Se puede visitar Exeter entero en menos de una hora y nosotros solo íbamos al otro lado de las vías de tren. Cruzamos por un puente. Josh me estiró del brazo para girar bruscamente por un siniestro camino de tierra por detrás de la estación. «This way». Eran las ocho de la noche y había algo de niebla.
—¿Sabes que en las dos últimas semanas dos chicas han sido violadas por aquí cerca?
Josh solía mezclar inglés con español cuando hablaba conmigo porque si no le entendía, no tenía la paciencia suficiente como para tener que repetirlo.
—Really?
—Yes. Two guys have been arrested.
Josh había sido mi profesor de inglés. También había estudiado filosofía. Hacía tanto de eso que ya ninguno de los dos podía recordarlo. En ese momento, Josh estudiaba business y tenía la estantería llena de libros sobre cómo triunfar en los negocios. 
—Es por eso que no dejo a mis amigas salir solas de casa —cambiaba Josh otra vez al castellano.
Yo estaba cagado de miedo, atravesando aquel pequeño bosque oscuro por ese camino de tierra. Me sentía estúpido. ¿Qué podía pasarnos? ¿Que alguien intentase violarnos?
Josh saltaba de un tema a otro y si no podía seguirlo, decía: «Da igual» y se pasaba un rato en silencio. Era una montaña rusa emocional. Un inglés caído de pequeño en una marmita de café expreso. En su celeridad, me recordaba a mi jefa de prácticas del periódico que dijo de mí una vez:
—Es muy bueno en lo que hace pero habla demasiado lento.
Me lo tomé como un cumplido. Al fin y al cabo, ¿qué importa lo lento que hable mientras escriba deprisa? Mi hermana mayor habla todavía más lento que yo. Ella fue la que me enseñó.
Llegamos los primeros a la puerta del restaurante japonés. Estaba cerrado. Mientras venían los amigos de Josh nos dedicamos a buscar un sitio en el que pudiéramos cenar. 
—¿Y qué pasa con el bingo? —dije.
—Iremos después —contestó Josh.
—¡Ah! Yo pensé que sería en el mismo sitio.
—¿Cómo va a ser en el mismo sitio? —se reía—. ¿Es que no me entendiste bien?
—No, lo siento. Nunca tuve buenos profesores.
Curiosamente, a Josh le encantaban ese tipo de comentarios mezquinos. A mí me salían a veces pero con más pena que gracia. Me lo quedé mirando un instante. Lo sentía lejos. Tenía las manos en los bolsillos. Salía vapor de nuestras bocas por el frío.
Los amigos de Josh llegaron en seguida y fuimos a una hamburguesería de allí cerca. Celebré que no fueran un par de chavales de veinte años. Se trataba de un chico y una chica que trabajaban en las oficinas de la universidad. Pasamos gran parte de la cena hablando del furry, una especie de perversión en la que la gente se disfraza de animales y tienen citas sexuales.
—What animal would you choose to be?
—I'd like to be a doe —dije.
—Really? So, you'd like to be a female?
—Eh... Yes, why not? —continué.
Y se hizo un silencio extraño. No era mi noche. Ser gracioso en otro idioma es algo que solo está al alcance de unos pocos.
Después estuvimos hablando de la crisis, de mis obras de teatro, de periodismo y de Londres y de España. Y después fuimos al bingo. Era el salón de juego más grande que había visto nunca. Nos sentamos por el centro. Una especie de azafata nos vendió unos cartones y nos entregó un rotulador a cada uno. Había bastante gente mayor. Nos explicó que se jugaba con cinco cartones a la vez y que contenían todos los números repartidos entre ellos. De esta forma, cada número que salía tenías que encontrarlo y tacharlo, hasta hacer línea en alguno de ellos y luego bingo. Fue terrible. Por suerte, me estuvo ayudando porque no di pie con bola. Una chica de nuestra mesa ganó una línea. Eso fue lo más destacable de la noche. En menos de media hora estábamos fuera.
De vuelta a casa, volvimos a pasar por el camino tenebroso que rodeaba la estación. Había tomado un par de copas y ya no me daba tanto miedo. Le dije a Josh:
—Has hablado muy bien de mí a tus amigos durante la cena. 
—Lo que dije es verdad. Me gustó mucho tu obra de teatro.
—Gracias. Es solo que... bueno, me gustó oírte.
Josh caminaba con prisa como siempre. No teníamos nada de sueño.
—Sonaba muy aburrido lo que decías de ti mismo —dijo de pronto—. Deberías venderte mejor.
—¿Venderme? ¿Por qué? Eran unos amigos tuyos, no una entrevista de trabajo.
—Hay que hacer un esfuerzo por gustar a la gente.
Josh no me miraba cuando hablaba. Yo hacía un rato que también había dejado de mirarle.
—No me lo he pasado bien en el bingo.
Josh saltaba de un tema a otro. 
—¿Por qué no? —pregunté.
En ese momento, Josh volvió a mirarme.
—Los números salían muy deprisa. Todo era demasiado rápido como para poder disfrutarlo.
Era mi última noche en Exeter. 
Él no lo sabía, pero sentí esa frase suya como un triunfo personal. 
Decidí no añadir nada y Josh tampoco habló más.
Caminamos hasta casa con las manos en los bolsillos. En silencio. Hacía frío. 

ENGLAND:
Oh, Ryanair, I hate you
Camden Town
Flirt
A house in Bournemouth
The Triangle
Gay Bingo
Stratford
Capítulo final

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